La Procesión

MVZ. JOSÉ EXIQUIO JIMÉNEZ TORRES †

Deprimido está Olegario por el precio de los puercos, piensa y piensa todo el día, qué hacer para remediar tan terrible situación; furioso llega a la casa, casi
no quiere comer ni ver la televisión.

Su mujer muy preocupada, le aconseja sabiamente, cristiano ya no seas tonto déjale el problema a Dios.

Nunca iba al templo Olegario, mucho menos confesarse y de rezar un rosario ni siquiera se acordaba; de pronto ya tiene días que temprano se va a misa, carga una biblia en la mano, ya no dice maldiciones; por las tardes va al rosario y no se acuesta a dormir sin decir sus oraciones.

El cura Melcacho, vicario de la parroquia con agrado ve este cambio, pues piensa que Olegario era una oveja perdida que ha regresado al rebaño. Se acerca semana santa con sus fiestas religiosas, tiempo de enmendar pecados, reflexionar de la vida, son días de guardar ayuno, abstinencia y sacrificio, y corresponder gustosos a los deberes cristianos. El cura dijo a Olegario con seria solemnidad, ando en busca de un devoto que quiera participar en la procesión de este año con gran responsabilidad, en el más grande papel que hay que representar; quiero un Cristo que se entregue en cuerpo y alma, haciendo ver a la gente con su entrega y su dolor, el gran don que recibimos con la muerte del creador.

De pronto sintió Olegario que algo le iluminaba y se ofreció para ser el elegido de este año y poder cargar la cruz hasta llegar al calvario. Ensayos y correcciones se llevaron muchos días, hasta que el cura quedó satisfecho con lo que presentaría; se repartieron papeles a los devotos del pueblo, el jefe de los soldados, sería Juan el carnicero; Barrabas, Luis el del rastro, Magdalena, Eulalia la comadre de Olegario.

Dio inicio la procesión, la cruz no pesaba tanto solamente la molestia de un huarache que apretaba; sintió el primer latigazo al dar vuelta en una esquina y aguantándose el coraje volteo a ver quién lo jodía, era Juan el carnicero que le sonrió con malicia; de pronto lo empujan fuerte y de la caída que se dio, quedó todo revolcado, un raspón en la rodilla y un pómulo reventado, renegando iba Olegario con esa cruz que cargaba y, algo que fue muy notorio, que el que más lo chicoteaba, era Juan el carnicero y luego se carcajeaba. Lo que más le lastimaba era que Juan le debía, tardaba mucho en pagarle y los puercos escogía; no quiso guardar rencor pues esto era un sacrificio y, ya llegara el día en que pueda emparejarme, cuando se escaseen los puercos ya vendrá Juan a implorarme.

Muy grande fue el sacrificio cuatro días estuvo en cama y en espera del empareje, espera a Juan en la granja.

Juan te llamas.

Artículo publicado en Los Porcicultores y su Entorno Marzo-Abril 2016

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