Carlos Buxadé.
Un sacrificio más elevado de lo que es técnicamente correcto de vacas en fase productiva (especialmente en el caso de las vacas de aptitud leche) contribuye de forma significativa y directa, a dañar el tejido productivo. Y la recuperación de este tejido afectado de poder producirse, de generarse las circunstancias económicas que lo propicien, no es sencilla, ni rápida.
Es probable que, en España, el sacrifico interanual de vacas (sumando las dos aptitudes: leche y carne) a septiembre de este año supere el 12 por 100, lo cual, evidentemente, es una muy mala noticia dado que se está perdiendo un importante patrimonio ganadero y dañando una fuente de potencial generación de riqueza a nivel rural.
Especialmente significativo es el caso de las vacas de aptitud leche. En los últimos 24 meses se pueden haber sacrificado en España más de 65.000 cabezas. La razón de esta situación hay que buscarla en la falta de rentabilidad en las granjas dedicadas a la producción de leche causada, por una parte, por el importante incremento de los costes (donde también han influido las olas de calor que estamos sufriendo) y, por otra, que este incremento, lamentablemente, como ya viene sucediendo desde hace muchos, muchos meses, no se ve reflejado adecuadamente en el precio de venta del producto a nivel granja (a pesar de las subidas registradas en el mismo en los últimos tiempos).
La consecuencia directa de ello es que la cabaña nacional de vacas lecheras se ha situado, por primera vez en la historia, por debajo de las 800.000 cabezas (en el año 2014, según el REGA, había en España más de 840.000 vacas en ordeño).
Los ganaderos sacrifican lógicamente las vacas menos productivas (generalmente son las de mayor edad). De acuerdo con los datos disponibles, aquellas vacas que producen menos de 28 – 30 litros de leche/día, no cubren sus costes de producción y, consecuentemente, no son rentables (se trata de un claro proceso de descarte, con visión corto – placista por razones económicas, que, a medio – largo plazo, va a tener consecuencias importantes, estructurales y económicas, a nivel del tejido productor).
Paralelamente, hay ganaderos que, por las razones apuntadas, cambian de actividad pecuaria pasando de la producción de leche a la producción de carne; ello significa menos trabajo y algo de mejores perspectivas de rentabilidad.
El mencionado sacrificio de vacas de aptitud leche, cuya carne, insisto, tiene una buena valoración en el canal Horeca (valoración que ha crecido significativamente en los últimos meses), proporciona una liquidez coyuntural al ganadero que utiliza este dinero para atender al rebaño restante.
Obviamente, esta situación, unida a las olas de calor que hemos venido sufriendo, se va reflejando en las entregas de leche; así, por ejemplo, en el pasado mes de junio las entregas de leche en España disminuyeron en un 4,9 por 100 lo que equivale a unas 31.000 toneladas.
Sin duda, los primeros que van a acusar esta situación van a ser los pequeños productores de queso que van a tener, a corto plazo, dificultades para asegurar la obtención de la materia prima en el mercado nacional, pero también las industrias menos potentes.
A nivel global, esta disminución de la producción nacional de leche de vaca no debería generar problemas a nivel del consumidor final dado que la Unión Europea es altamente excedentaria en leche (y la gran distribución no tendrá excesivos problemas para acudir, probablemente con su marca propia, a esta fuente de suministro).
No obstante, la negativa evolución de situación interior del sector lácteo que se está agudizando negativamente, sí va a tener, lógicamente, importantes consecuencias a nivel de la cadena alimentaria, especialmente en los primeros eslabones de la cadena (y mucho más, si la actual tendencia a la baja de los precios de venta al público de las leches con marca de distribución no cambia radicalmente a muy corto plazo).
Para nuestro país, para España, todo lo descrito, aunque haya sido de forma muy resumida, pone en evidencia una situación sectorial de una enorme complejidad estructural que requiere la toma de medidas políticas de enjundia que, en estos momentos, no se vislumbran en el horizonte.
Un problema añadido (y recuerdo que todo problema tiene solución) es que el sector lácteo no es el único, en el ámbito agrario, que se encuentra inmerso en una situación similar a la descrita.