Fabio Napolitano
Daniel Mota Rojas
Ada Braghieri
Agustín Orihuela
Adolfo Álvarez Macías
Daniela Rodríguez
Aldo Bertoni
Adriana Domínguez
Nancy José
Joseline Jacome
Andrea Castellón
Ximena Armenta
Giuseppe de Rosa
*El presente artículo fue previamente publicado en la revista Sociedades Rurales, Producción y Medio Ambiente, junio, 2022.
Introducción
Un elemento fundamental en la vida productiva de la búfala lechera es la eficiencia en la ordeña, inherente al proceso de lactación, el cual oscila de 240 a 270 días (Bertoni et al., 2020a; Napolitano et al., 2020b; Vázquez-Luna et al., 2020; Rodríguez-González et al., 2022). Los niveles de productividad por lactancia también se relacionan con factores genéticos, número de lactancia, salud de la ubre y el grado de bienestar predominante durante el día y durante la ordeña (Patbandha et al., 2015; Gabr et al., 2017; Rahman et al., 2019).
La ordeña influye en el rendimiento lechero y se han observado prácticas inadecuadas del personal como gritos, golpes y forcejeo (Bertoni, et al., 2020b; González-Lozano et al., 2020; Mota-Rojas, et al., 2020d) u otros factores como el deficiente mantenimiento de las ordeñadoras o un vacío incorrecto de las mismas (Rosa et al., 2007; De Rosa et al., 2009), elementos que merman el desempeño productivo y predisponen hacia comportamientos negativos o nerviosismo que puede derivar en lesiones en extremidades y ubre por intentar patear al manejador o escapar (Mota-Rojas et al., 2020a). Por ello, es importante planear el proceso de ordeño con el objetivo de incrementar las acciones, prácticas o procedimientos que propicien un ambiente positivo para las hembras y, por ende, la bajada de leche.
En el ordeño, las búfalas presentan una alta sensibilidad a estímulos externos que generan la síntesis y secreción de adrenalina al torrente sanguíneo, provocando vasoconstricción en glándula mamaría (GM) a nivel de capilares y vasos sanguíneos, limitando el aporte de oxitocina, neuropéptido necesario en la eyección activa de la leche (Di Palo et al., 2007; Espinosa et al., 2011; Napolitano et al., 2020b), además de inhibir la contracción de las células mioepiteliales presentes en los alvéolos. Entre estos estímulos destaca el ruido excesivo de las máquinas de ordeño, generando incomodidad y retención de la leche (Polikarpus et al., 2014), siendo relevante la habituación previa al ingreso a la sala de ordeño y el establecimiento de rutinas para evitar neofobia en las búfalas, además de proveer un manejo amable para generar efectos positivos productivos y fisiológicos (Ellingsen et al., 2014).
Los estímulos antes mencionados dependen del tipo de ordeña. En el ordeño manual es común observar la presencia del bucerro a un costado de la hembra, el cual incentiva la secreción y liberación de oxitocina en la madre (Espinosa et al., 2011). Por el contrario, en el procedimiento mecánico se dificulta el apoyo de la cría y se realiza el lavado manual y movimientos moderados por parte del manejador sobre la ubre para reforzar la bajada de la leche (Bidarimath y Aggarwal, 2007). Esta actividad también es común observarla en el ordeño manual.
Otras actividades que favorecen el bienestar en la búfala son el orden durante la ordeña, en el cual los animales presentan una disposición constante a la sala (Flower et al., 2006; Melin et al., 2006). Esta actividad puede estar influenciada por factores jerárquicos, de salud o productivos (Polikarpus, 2013; Polikarpus et al., 2014). En las búfalas se ha observado que tienen preferencias respecto al sitio de ordeño en la sala (Polikarpus, 2013; Napolitano et al., 2020b), debido a que se habitúan a espacios específicos y cuando éstos son modificados o no se respetan patrones de procedimiento pueden generar estrés (Mota-Rojas et al., 2020b).
En sistemas de producción intensivos, con ordeños mecánicos, el estrés por separación madre-cría, la entrada a un ambiente nuevo y la interacción con humanos, especialmente cuando desconocen estas rutinas antes del primer parto y lactancia, son factores que alteran a los animales durante este proceso (De Rosa et al., 2009).
Se ha reportado que en unidades de producción lechera especializadas se utiliza más del 50% del tiempo de trabajo en el proceso de ordeño, buscando la optimización de ocupaciones, aumentando la capacidad de ordeño para reducir costos mediante la selección de animales con las mejores cualidades para el mantenimiento del hato (Boselli et al., 2016, 2020). En este sentido, Prasad y Laxmi (2004) recomendaron la selección de búfalas con temperamento dócil para facilitar el manejo y reducir los niveles de ansiedad, ya que los animales agresivos suelen retener leche, disminuyendo la capacidad de ordeño y aumentando el tiempo dedicado a esta actividad.
Para establecer rutinas y un ordeño ordenado que no genere ansiedad o estrés en las búfalas, también se ha sugerido el uso de oxitocina exógena. Aunque se tienen controversias a lo largo de los años con esta práctica, resulta común bajo el argumento de que de otra forma no habría una bajada de leche activa y correcta (Olmos-Hernández et al., 2020; Bertoni et al., 2022a,b; Rodríguez-González et al., 2022). En contraste, algunos estudios han reportado efectos negativos a corto y largo plazo, señalando al desempeño reproductivo como una de las áreas más afectadas. En este sentido, se ha encontrado que el uso a largo plazo de oxitocina exógena reduce la eyección espontánea de leche en cuanto se deja de administrar (Faraz et al., 2020).
Faraz et al. (2021) compararon la productividad y contenido nutricional de leche de búfalas, con y sin tratamiento de oxitocina intramuscular previa ordeña, encontrando que el grupo con dicha administración presentó tasas de producción de leche significativamente más altas (P<0.05), demostrando que la oxitocina exógena impulsa la bajada de leche residual y contribuye a prevenir enfermedades en glándula mamaria, Del mismo modo, Lollivier et al. ( 2002) detectaron una asociación positiva, con un aumento del 8% de producción láctea. Pese a estos resultados, se han observado consecuencias negativas respecto a esta aplicación frecuente a largo plazo, como la reducción de la secreción de oxitocina endógena y su respuesta en glándula mamaria, disminuyendo la eyección láctea cuando ésta es retirada, debido a la pérdida de sensibilidad de la glándula mamaria ante la unión de receptores, además de una reducción en la contractibilidad de las células mioepiteliales bajo niveles normales de oxitocina. Por ello, diversos autores la catalogan como una práctica perjudicial en el largo plazo (Lollivier et al., 2002; Bertoni et al., 2020a; Faraz et al., 2020, 2021; Napolitano et al., 2020b; Ozenc et al., 2020; Ahmad, 2021; Murtaza et al., 2021).
Anatomía y fisiología de la glándula mamaria
Es imperante el conocimiento de la anatomía y fisiología de la GM para implementar prácticas que aseguren el bienestar durante el ordeño de la búfala. En este sentido, la GM es descrita de acuerdo a la especie animal con base en criterios como tamaño, forma y localización, reconociendo que se trata de una estructura anatómica especializada responsable de sintetizar y secretar leche (Jena et al., 2015), atravesando por diversos cambios durante la vida de la hembra, desde su nacimiento como una estructura ductal rudimentaria hasta su desarrollo posterior durante la gestación, lactancia e involución (Borghese et al., 2007).
La ubre de la búfala de agua se encuentra topográficamente en la zona inguinal y presenta dos surcos (Sulcus intermammarius), uno longitudinal y otro transversal, adherida al abdomen y sostenida por un ligamento suspensorio (Ligamentum suspensorium uberis) en su posición fisiológica (Tătaru et al., 2022). Este órgano se encuentra constituido por cuatro complejos mamarios comúnmente llamados cuartos, formado cada uno por un cuerpo glandular y un pezón, dos craneales y dos caudales, siendo estas últimas las más desarrolladas, responsables de producir más del 50% de la leche secretada (Olmos-Hernández et al., 2020), además de ser 1.5 cm más grandes que los craneales; la GM tiene una apariencia cónica que finaliza ventralmente con una tetilla (Tătaru et al., 2022).
Las estructuras previamente descritas responden a estímulos físicos y hormonales para su correcta funcionalidad y productividad durante el ordeño (Borghese et al., 2007). Se compone de diversas células epiteliales, adipocitos, fibroblastos y células inmunitarias para la producción láctea (Macias y Hinck, 2012), además de vasos sanguíneos, linfáticos y plexos nerviosos (Tătaru et al., 2022), mismos que pueden experimentar cambios conforme a la edad de la hembra, el número de lactancias y factores genéticos (Rodríguez-González et al., 2022). En este sentido Tătaru et al. (2022) realizaron cortes histológicos que develaron la presencia de tejido conectivo interalveolar más denso y rico en fibras de colágeno y capilares sanguíneos en la estructura del parénquima mamario durante la lactancia, debido a la mayor necesidad de suministro sanguíneo durante la síntesis láctea.
La formación de leche, conocido como lactogénesis, es un proceso realizado en GM, considerándose así una glándula exocrina y sebácea que sintetiza, almacena y secreta leche en los alvéolos durante la lactancia. Ante estímulos hormonales o físicos como el amamantamiento de la cría o por el ordeño a través del pezón que presenta pliegues longitudinales que forman la roseta de Fürstenberg, la leche es movilizada al sistema ductal para su eyección (Weaver y Hernandez, 2016; Cardiff et al., 2018).
De la proporción láctea encontrada en las diferentes estructuras de la GM, el 5% se almacena en la porción cisternal de la ubre, mientras que el 95% restante se anida en el compartimiento alveolar (Thomas et al., 2004; Borghese et al., 2007; Espinosa et al., 2011; Mora-Medina et al., 2018; Olmos-Hernández et al., 2020; Tătaru et al., 2022) Por tanto, es necesaria la eyección activa para extraer la leche presente en la fracción alveolar y, así, evitar pérdidas por una inadecuada rutina de ordeño y una mayor susceptibilidad a infecciones en GM (Olmos-Hernández et al., 2020).
Se ha observado, además, que las búfalas cuentan con pezones de mayor longitud que las vacas lecheras, con un esfínter más estrecho, una capa muscular más gruesa, mayor relación de vasos sanguíneos y fibras nerviosas que brindan una mayor protección ante la entrada de microorganismos infecciosos, a lo que se suma la oclusión presente en el pezón, generada por un mayor nivel de queratina, aspecto que minimiza las incidencias de enfermedades de importancia económica (Bertoni et al., 2020c) que pudieran dar paso a la mastitis en esta especie (Borghese et al., 2007; 2013).
La GM responde a cambios hormonales asociados a la luteinización y ovulación con el aumento de la actividad mitótica, con la intervención de hormonas en la regulación de mamogénesis, lactogénesis y galactopoyesis (Cardiff et al., 2018). Sobresale la hormona del crecimiento secretada por la glándula pituitaria, que es un regulador importante en el desarrollo de la GM. Por otra parte, los estrógenos, reguladores críticos de la mama puberal durante la morfogénesis ductal, contribuyen a la liberación de prolactina, siendo esta última la hormona luteotrópica sintetizada y liberada en adenohipófisis, la cual promueve la diferenciación de estructuras especializadas como los alveolos que sintetizan y secretan leche durante la lactancia. A su vez, la progesterona se asocia al desarrollo de la ramificación lateral y alveologénesis, procesos requeridos para la formación de una GM funcional durante la lactancia (Macias y Hinck, 2012; Weaver y Hernandez, 2016; Cardiff et al., 2018).
El tejido alveolar alberga a los lactocitos y es el encargado de secretar la leche. Estas estructuras están encapsuladas por tejido conectivo que forma los lobulillos mamarios (Lobuli glandulae mammariae), que a su vez conforman a los lóbulos mamarios (Lobi glandular mammariae) (Macias y Hinck, 2012), a través de los cuales se vierte la leche por ductos intralobulillares o galactóforos hacia conductos lactíferos para ser eyectada al exterior mediante diversos estímulos (Espinosa et al., 2011). Esta configuración está rodeada de células mioepiteliales y un sistema capilar (Mota-Rojas et al., 2021b) que desemboca en una red profunda, alrededor de los ácinos y los conductos excretores que convergen en la base de la ubre (Tătaru et al., 2022).
La eyección de la leche es producida por la acción del neuropéptido oxitocina ante estímulos táctiles del ordeñador, la máquina de ordeño y la presencia y acción del bucerro, reflejo con el cual se libera oxitocina, lo que precede a la expulsión de leche (Olmos-Hernández et al., 2020). En este sentido, este importante neuropéptido es el responsable de generar la contracción de las células mioepiteliales para la expulsión de la leche alveolar hacia el área cisternal. Por tanto, es necesaria la liberación de oxitocina durante el proceso de ordeño para la correcta y completa eliminación de leche (Espinosa et al., 2011; Napolitano et al., 2020a; Olmos-Hernández et al., 2020), requisito previo para el mantenimiento de un alto nivel de síntesis de leche y secreción durante la lactancia. Además, es relevante para que la leche no permanezca en la ubre, ya que eleva el riesgo de generar una infección mamaria al retener leche residual como sustrato para el crecimiento de microorganismos en glándula. Por lo mismo, es necesario el desencadenamiento de la eyección mediante un reflejo neuroendocrino propiciado por estímulos en fibras nerviosas aferentes a las raíces dorsales de la médula espinal que inician respuestas hormonales con la participación activa de cortisol y prolactina (Bruckmaier y Wellnitz, 2008).
Esta hormona neurohipofisaria nonapeptídica es sintetizada en las células neurosecretoras magnocelulares de las regiones supraópticas y núcleos hipotalámicos paraventriculares para ser almacenada en el lóbulo pituitario posterior hasta su liberación al torrente sanguíneo como resultado de un reflejo neuroendocrino (Cosenza et al., 2007). En vacas lecheras se ha reportado que el estímulo de colocar las pezoneras para el ordeño genera el aumento de las concentraciones plasmáticas de oxitocina, llegando a su máximo en los siguientes dos minutos para disminuir lentamente hasta su nivel basal, generalmente 15 minutos después (Lollivier et al., 2002).
Al ser liberada la oxitocina a torrente sanguíneo, llega a los receptores de membrana específicos en las células mioepiteliales en glándula mamaria, mismas que se encuentran rodeando alvéolos y los conductos presentes en ellos, generando la contracción de estas células y minimizando la luz alveolar. Así se induce la expulsión de la leche a los conductos galactóforos hacia el área cisternal y los conductos presentes en el pezón para su posterior eyección por el canal excretor (Figura 2) (Bruckmaier y Wellnitz, 2008).
Cuando la leche es expulsada del área alveolar se genera mayor presión en la cisterna de la ubre, pese a ello y por las características de la búfala no toda la leche alveolar puede ser desalojada si no es extraída simultáneamente de la glándula mamaria. Por ello, debe ser considerada la capacidad de ordeño y las diversas estrategias como el brindar un entorno confortable, una correcta estimulación y favorecer una conducta positiva de la búfala durante el ordeño para aumentar la secreción de oxitocina endógena (Faraz et al., 2021) y, con ello, el máximo vaciamiento posible de la cisterna, para inhibir la posible incidencia de patologías como la mastitis.
Prevalencia y factores de riesgo de mastitis
La mastitis es una patología común en unidades lecheras de rumiantes y se asocia a las prácticas de ordeño detalladas con anterioridad (De Rosa et al., 2009). Se trata de un proceso inflamatorio de la GM, resultado de la colonización de microorganismos de origen bacteriano (Oviedo-Boyso et al., 2007). En las búfalas, los patógenos que más se han reportado en las mastitis contagiosas son Staphylococcus aureus y Streptococcus agalactiae (El-Khodery y Osman, 2008), responsables de la mastitis aguda y autolimitante que genera alteraciones en el tejido mamario y en las características organolépticas de la leche (Burvenich et al., 2003). En el caso de mastitis ambientales, microorganismos como S. uberi y Escherichia coli son los más comunes (El-Khodery y Osman, 2008). Otros patógenos se asocian con coliformes (Klebsiella pneumoniae), enterobacterias, Arcanobacter piogenes (Fagiolo y Lai, 2007), hongos y levaduras (Petzl et al., 2008).
Existen dos presentaciones de la mastitis: clínica y subclínica (Burvenich et al., 2003). La primera se diagnostica mediante cambios visibles en la leche o la ubre (Sharma y Sindhu, 2007); por ejemplo, coágulos en la leche o inflamación de la GM (Seegers et al., 2003). La subclínica no denota signos clínicos aparentes y en las búfalas es tres veces más común diagnosticarla, con una prevalencia de hasta el 81.6% en países líderes en el ganado bufalino, como Bangladesh (Sharun et al., 2021).
La importancia de evaluar esta patología inflamatoria en las búfalas, radica en que genera alteraciones en la leche (Rainard y Riollet, 2006; de Boyer des Roches et al., 2017; Bertoni et al., 2019; Mota-Rojas et al., 2019), afectando la cantidad, calidad y sanidad de la misma (Singha et al., 2021). Al respecto, Catozzi et al. (2017) encontraron que de 83 muestras de leche de hembras con mastitis subclínica, dos de los géneros bacterianos presentes en todas fueron Acinetobacter y Pseudomonas, con una abundancia relativa de 4.47% y 15.09%, de forma respectiva.
La mastitis también afecta la salud y bienestar de las mismas hembras (Bradley, 2002; De Boyer des Roches et al., 2017), que conlleva pérdidas económicas. Leslie y Petersson-Wolfe (2012) calcularon dichas pérdidas en 400 millones de dólares en Estados Unidos, incluyendo los gastos que implican los antibióticos para su tratamiento (Mota-Rojas et al., 2019) y las repercusiones que el mal uso de los mismos puede generar, como el desarrollo de bacterias resistentes S. aureus aisladas de leche de bovinos y búfalos de agua (Wang et al., 2008; De Medeiros et al., 2011).
Por las características y diferencias morfológicas de los búfalos del agua, en comparación con los bovinos convencionales (B. taurus e indicus), existe menos predisposición a contraer mastitis (Guccione, 2017). Esto es gracias a que la glándula mamaria de las búfalas es pendulante, con pezones más largos y, por ende, un canal del pezón largo y estrecho que obstaculiza la colonización bacteriana (Fagiolo y Lai, 2007). En otros estudios se ha considerado que la frecuencia de presentación es similar en ambas especies (Guccione et al., 2014) y se requiere diagnosticar para evitar las consecuencias derivadas del proceso, como lo es el dolor (Leslie y Petersson-Wolfe, 2012).
Entre los factores predisponentes para esta patología se identifica el mal manejo durante la ordeña, ya sea por un vaciamiento incompleto de la ubre (Cavallina et al., 2008; De Rosa et al., 2009) o por la falta de salubridad al momento de la ordeña, propiciando la contaminación con bacterias gram positivas (Burvenich et al., 2003). Hussain et al. (Hussain et al., 2013) reportaron entre los factores de riesgo para mastitis subclínica en búfalas de Pakistán el peso del animal, número de parto, amamantamiento, ubre pendulante, la cantidad de trabajadores en la granja y mala higiene de miembros pelvianos. Asimismo, la contaminación por otros animales en casos subclínicos es otro riesgo para la salud del resto de hato (Şahin y Yıldırım, 2014). Además de las repercusiones económicas, organolépticas y de salud, el proceso inflamatorio local genera dolor, el cual es uno de los signos que alteran el estado físico y mental de las búfalas y, una vez presente, requiere tratamiento farmacológico para mitigarlo.
Mastitis: reconocimiento del dolor y sus consecuencias
El dolor, definido como una experiencia sensorial desagradable asociada, o similar a la asociada, con un daño real o potencial a tejidos (Raja et al., 2020), es uno de los signos típicos de la mastitis. Esta patología evoluciona a cuadros de dolor severo que no siempre son perceptibles en los búfalos o bovinos en general, ya que se consideran especies estoicas en quienes estas expresiones son sutiles para no exponerse a depredadores (Fitzpatrick et al., 1998; Petersson-Wolfe et al., 2018).
Durante la colonización del epitelio mamario por los microorganismos previamente señalados, la respuesta local y el inicio del dolor comienza en el tejido del pezón y la ubre. La inflamación regional conlleva el reclutamiento de neutrófilos al sitio de infección, los cuales son activados por las toxinas o metabolitos bacterianos (Shaheen et al., 2020). La presencia de dichas células inmunes genera la secreción de mediadores inflamatorios con el fin de combatir al microorganismo (Burvenich et al., 2003). Entre estos mediadores se encuentran las prostaglandinas y aminas vasoactivas (Mohammad y Abdel-Rahman, 2013). Las citocinas como las interleucinas (IL) 1, 6, 8, y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) tienen un rol esencial durante este proceso, ya que se han encontrado en vacas lecheras con mastitis subclínica, en las cuales se observa un incremento significativo en IL-1, IL-2, IL-6 y TNF-α (P<0.001) (Shaheen et al., 2020).
En búfalas se ha evaluado el nivel de expresión de TNF-α, IL-1β, IL-8, lactoferrina (LTF), y genes del receptor tipo toll (TLR) en hembras sanas y otras con mastitis. En este estudio se encontró que la expresión de TNF-α, IL-1β, IL-8 aumentó 7.15, 62.49 y 26.20 veces, respectivamente, durante el proceso inflamatorio, lo cual constituye la respuesta inmune innata del organismo para recobrar la salud de la ubre (Tanamati et al., 2019). La proteína C reactiva y el factor nuclear kappa (NFkB) son otras sustancias asociadas a la mastitis en rumiantes (Ingman et al., 2014). Aumentos en la concentración de haptoglobina también se han registrado en casos de mastitis moderada en los bovinos convencionales (1.6 g/l) (Fitzpatrick et al., 1998) y en mastitis causadas por S. aureus en 12 búfalos (2.68 g/l) (Pisanu et al., 2019). La presencia de dichas sustancias proinflamatorias genera la activación de los receptores periféricos -o nociceptores-, los cuales son los encargados de la transducción y transmisión del estímulo nocivo proveniente de la inflamación del tejido mamario a la médula espinal y centros supraespinales para la percepción consciente del mismo (Hudson et al., 2008). Este proceso se resume en la Figura 3.
Normalmente, la activación del arco nociceptivo asiste en la reparación del tejido, a la eliminación del agente que lo ocasionó y a la curación del proceso patológico generado por la presencia de bacterias (Cai et al., 2018). No obstante, como suele suceder en los grandes rumiantes, cuando el proceso se cronifica y los receptores periféricos se encuentran en constante activación y transmisión de impulsos nocivos, se desencadena un proceso de sensibilización periférica y central, en el que los tejidos responden con mayor intensidad a un estímulo que normalmente es doloroso, conocido como hiperalgesia (Rasmussen et al., 2011), o disminuye tanto su umbral de activación, que estímulos que generalmente no son dolorosos, generan esta respuesta en los animales (Peters et al., 2015). Por ejemplo, en ganado Bos se han reportado bajas en los umbrales de activación durante pruebas experimentales de umbral térmico, generando el efecto de hiperalgesia en los animales (Peters et al., 2015). Estos factores, aunados a la falta de herramientas para reconocer el dolor durante cuadros subclínicos de mastitis, comprometen significativamente la salud de las búfalas (Leslie y Petersson-Wolfe, 2012) y deterioran el bienestar general de las mismas, alterando su estado mental y su comportamientos (Mellor et al., 2020).
En la actualidad existen métodos de reconocimiento del dolor originado por la mastitis, a través de la evaluación de: 1) alteraciones en parámetros fisiológicos como taquicardia, taquipnea, fiebre o hipertermia local, catalogados como indicadores de mastitis aguda (Kemp et al., 2008); y 2) cambios en el comportamiento o en el lenguaje corporal, con una menor presentación de comportamientos naturales, como la rumia o el descanso, se asocian a la presencia de dolor (Cyples et al., 2012; Yeiser et al., 2012), así como patear o levantar las extremidades (Siivonen et al., 2011; Medrano-Galarza et al., 2012).
Para facilitar el reconocimiento del dolor en cuadros subclínicos, Giovannini et al. (2017) diseñaron un sistema de puntuación para cuantificar el grado de dolor al inducir de manera experimental mastitis subclínica mediante la administración de ácido lipoteicoico y lipopolisacáridos de S. aureus y E. coli en vacas Holstein y Swiss Fleckvieh. Este sistema es similar a las escalas de dolor que se emplean en pequeñas especies como la de la Universidad de Melbourne (Hernandez-Avalos et al., 2019), se basa en seis categorías que incluyen elementos como la postura corporal, expresión facial, interacción, respuesta al alimento y a la palpación.
De manera semejante, en el estudio de des Roches et al. (de Boyer des Roches et al., 2017), la evaluación del dolor resulta de la combinación de parámetros fisiológicos como conteo de células somáticas, concentraciones de haptoglobina, amiloide sérico A, cortisol, y elementos de comportamiento como la atención a su entorno, la posición de la cola y de las orejas y cambios de postura sirvieron para cuantificar tres fases de dolor en mastitis inducida por E. coli. En esta investigación, la segunda fase, considerada como la de dolor agudo, se acompañó de altas concentraciones de cortisol (31.3 ng/mL) y amiloide sérico A (100.3 µg/mL), crecimiento exponencial de bacterias, y cambios en el comportamiento como baja atención a su ambiente. De igual forma, existen otros etogramas que miden disminuciones en la locomoción, hiporexia, una mala condición del pelo o cambio en la expresión facial (p. ej. orejas caídas), entre otros, para clasificar en tres grados a la mastitis de acuerdo a la manifestación de dichos parámetros conductuales, fisiológicos y cambios observables (Huxley y Hudson, 2007).
Si bien este tipo de herramientas han sido desarrolladas y aplicadas en bovinos convencionales, debido que son de fácil empleo y permiten el reconocimiento del dolor de manera temprana (Kemp et al., 2008), su uso podría ser trasladado a los búfalos, recordando que para un adecuado manejo del dolor se necesita identificarlo primero para prevenir las consecuencias de salud y establecer protocolos analgésicos pertinentes. En las búfalas, tratamientos antibióticos en conjunto con antiinflamatorios no esteroidales como ketoprofeno o meloxicam (Sharma y Sindhu, 2007) constituye uno de los protocolos predominantes para atender las mastitis. De igual manera, tratamientos a base de citrato trisódico (Dhillon y Singh, 2013), medicina complementaria como la homeopatía (Parmar et al., 2015), o estudios de composición láctea pueden auxiliar en la identificación de la mastitis antes de que aparezcan los signos clínicos y, con ello, las consecuencias del dolor y su afectación en el bienestar de las búfalas (Petersson-Wolfe et al., 2018).
BIBLIOGRAFÍA
Para mayores detalles de éste y otros temas consulte la cuarta edición del libro “El búfalo de agua en las Américas: comportamiento y productividad”.
https://www.researchgate.net/profile/Fabio-Napolitano-2
Artículo publicado en Entorno Ganadero Agosto- Septiembre 2022