Los Alfa

En este artículo

MVZ César Alejandro Cornejo Castillo
Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México
por la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán.

Ranulfo Sánchez ¡Ranulfo Sánchez! – gritó la maestra al pasar lista y al no escuchar el consabido “presente”, pero Ranulfo languidecía al sentir la mirada de todos sobre su escuálida manufactura, sus pelos indomables, sus ojos saltones y sus pecas, ya mejor ni agrego lo de los dientes chuecos y manchados a pesar de ser nuevos, cuan nuevos pueden ser a los siete años de edad. Ranulfo levantó o semi-levantó la mano, pero agachó el rostro con un –¡presente!– apenas audible, al tercer llamado Ranulfo Sánchez se puso de pie, la mera verdad temblando porque la profesora ya se acercaba con los ojos llenos de furia. Ranulfo de siete tenía estatura de cinco, y se orinó en los pantalones, año de 1970, segundo de primaria. A diferencia de muchos otros niños, yo no me reí.

2004, 2005 ¿2006? No recuerdo, me convocaron como Veterinario a apoyar a un comité de la SNCAC sección de criadores de aves de combate para solicitar a las autoridades el asunto de que se nos tomara en cuenta para la autorización del uso de la vacuna contra la Influenza H5N2 ya que teníamos (como tenemos ahora) el honroso papel de centinelas, es decir nuestros Gallos como esponjas para conocer el paso del virus en toda la extensión del país, es decir “hágase tu voluntad en los Bueyes de mi compadre”. Nos recibieron, cuarenta minutos después de la cita, el funcionario, durante el descargo de nuestras inquietudes no dejó de verse las uñas, acicalarse el pelo y obsesivamente tamborilear los dedos sobre la pulida superficie al alto brillo de su enorme y elegante mesa de caoba de su inmensa oficina, la secretaria a un lado, haciendo como que tomaba nota. Después de diez o quince penosos minutos y tras un molesto silencio, dijo, estirando la mano,– bien, déjenme sus documentos para exponer ante las personas competentes el caso y descuiden ¿He? Los gallitos son bonitos, el hermano de mi abuelo tenía sus gallos allá por 1950 en el pueblo en Tarímbaro, que bonitos estaban—dijo esto camino a la puerta, prácticamente “acarreándonos”.

—Doctor—
–¿Sí diga?—
–En ese año tú aún no nacías – dije categórico –
–¡Me contaron!– respondió, conteniendo su rabia y cerrando la puerta.

Menos de un año después volví a ver al “flamante” funcionario en Acapulco a propósito de un congreso de Avicultura. Él no me vio, lo afirmo porque pasó casi encima de mi vehículo, yo traía un Chevrolet Astra, y lo vi bajar o casi brincar desde su camioneta hacia el suelo, a pesar de contar con un estribo retráctil, un tipo muy bajito, menudo pero con el estomago abultado, pelos necios, y con gafas a la James Bond.

–¡Oiga amigo! ¿Qué no ve?—me dijo contrariado
–¿Pero, qué tengo que ver? Si yo estoy estacionado—Me defendí

Una vez que bajó su llanta del cofre de mi auto, salió a relucir que ya nos habíamos conocido en la susodicha reunión de la SAGARPA, ahora estábamos en el estacionamiento del hotel sede y cuando llega- ron los ajustadores de seguros, una vez que dedujimos que eso no iba a salir con “polish”, el médico se ofreció a llevarme al auditorio donde se efectuarían las conferencias, claro, porque mi carro fue a parar al taller mientras que a su enorme camioneta Ford Lobo negra sólo se le cayó un poco del Armorall de la aplastadora llanta trasera. Otra sorpresa, el médico fue ponente, aunque como si fuese cura en púlpito, se agarró a regañar a toda su Feligresía por no respetar “a rajatabla” las disposiciones sanitarias vigentes.

–Este Pendejo, yo creo que no ha pisado una granja en su vida – opinó otro Médico sentado a mi derecha. En la sesión de preguntas y respuestas- que más bien resultó en sesión de reclamos-, el Dr. mejor le dejó el paquete a uno de sus subalternos, ya con la gallera alborotada y al borde del motín, él se fue.

Por la noche, en el bar del hotel sede; el ambiente de risas estrepitosas provenía del funcionario RAAN, alguien le dijo Dr. RAAN, que en cuanto me vio pasar por el Lobby me llamó – Hey Cornejo, Cornejo ven con los amigos – dijo esto con grandes ademanes, el saco puesto, la corbata floja y el vaso jabonero en la mano derecha de donde emanaba un sonido similar a las maracas producto del choque de los muchos cubos de hielo, –claro, sería una mariconada nada más con dos hielitos–. Pues fui, y no sé porqué, pero algo en este médico me parecía familiar; me senté en la semi –penumbra –atmósfera que desconozco por qué impera siempre en los bares de los hoteles–, era un heterogéneo grupo de otros seis o siete médicos y una o dos médicas y tres extranjeras que seguramente no entendían nada pero bien que la libraban riendo por todo y brindando con caballitos de tequila a la cuenta del Dr. Ran, –o del erario, vaya usted a saber–.

En esta manada había dos machos y dos hembras Alfa, personajes en los que haré mayor hincapié con respecto al resto. El ya citado Dr. Ran. –Médico, soy el Dr. Ran – me dijo en algún momento en que quedamos muy próximos, que yo podía afirmar hasta la marca el alcohol que tomaba y las botanas ingeridas, así de potente el tufo. El otro Alfa, el Médico Juan Reyes- a quien ya conocía desde mi Facultad-, un tipo de 1.90 y practicante de Halterofilia, con saco, sin corbata, botas picudas, cinturón pitiado, camisa abotonada antes del plexo solar, por lo que portaba una maraña de pelos como escobeta de guajolote en su pecho así expuesto, una melena que llegaba a la base del cuello de la camisa, reloj muy dorado que dudo fuera de oro. Los otros que estábamos ahí les festejábamos todo. -Haber, haber, ¿cómo es posible dos machos Alfa, uno chaparro escuálido y otro, todo un roperote? –

Y es que en los clanes humanos los Alfa pueden ser así, por un lado, extremadamente hábiles, -un tipo de inteligencia sin duda-, y por el otro, pues con todo para triunfar en la época de las cavernas. Ambos, a su modo o en sus potencialidades, disputábanse los favores de las ahí reunidas; Raan o Ran, en cuanto notó que la hembra Alfa, una de las médicas la más alta y nalgona tomaba preferencia por Brutus, es decir Juan Reyes y así mismo la más buenona de las gringas, Rán,- es decir en este caso Popeye-, cambió de estrategia y sugirió fuéramos a otro Bar sobre la costera donde, prometía él, habría mucho mejor ambiente. Pronto, para mi quedó clara su estrategia pues el auto de Brutus era un diminuto Renault Clío, mientras que Popeye, o sea el Dr. Ran, abordó su enorme Ford Lobo doble cabina, funcionó, sin dudarlo, dos de las cinco mujeres, las Alfa, subieron al frente al lado de Popeye. Yo no tuve que decidir pues él me invitó a subir -tal vez sintiéndose sucio por averiar mi auto esa mañana-. Ahora, había un empate entre los Alfas.

En lo particular, me fascina la Etología animal, principalmente la del gallo o gallos salvajes y la del Homo sapiens. ¿Por qué creen que existen las distintas marcas y tipos de autos? El asunto de llamar la atención es el mejor negocio del mundo y todos en ese afán de ser Alfas en nuestro medio o entorno, echamos mano de cuanto tengamos a nuestro alcan- ce, es decir a nuestras posibilidades. Un mismo tipo puede ser sumiso en todos lados y en su casa toda una fiera o un caprichudo. Tal era el caso de Ramón Pelcastre, el office boy de la oficina, que ahí era un encanto el tipo, mansito, apacible, amistoso, servicial. Bueno, las compañeras lo adoraban, era una ternura el chaparro ese. Y en su colonia, en su barrio era un pandillero madreador de primera, le decían “El Killer”, le entraba a la mona -estopa con inhalantes- tenía tres mujeres y cuando menos un hijo con cada una y no había día que no anduviera tras otra; es decir fuera de su entorno, era un tipo a secas y en su barrio era el Alfa, cuyo recurso era la violencia y la crueldad; de eso sólo supimos cuando cayó preso por homicidio al disputarse el territorio con otro rival a navajazos. –Noooo, y qué creen – nos dijo el policía cuando tratamos de ver a Ramón en los separos donde estaba detenido– a éste ya lo estábamos buscando desde hace un año porque ya llevaba tres “dijuntitos”. –No pues ya mejor nos salimos, nos fuimos, quién iba a querer solidarizarse con una escoria así. Pero es que en todos los entornos sociales opera igual, hay una continua lucha por el dominio, cada cual con sus recursos, léase, encanto o guapeza, dinero, contactos, fuerza física, oratoria, habilidad o combinación de éstas. De ahí el apetito de muchos por la política.

Llegamos con los vehículos hasta un área de playa, la música a todo volumen, luces por doquier en la pista, un mesero nos acomodó en butacas de playa y nos conminó a quitarnos los zapatos, mientras ponía una antorcha en el extremo, pronto, todos estábamos viendo a la pista de baile donde un grupo de 10 ó 15 esculturas humanas en bikini bailaban con sensualidad al ritmo de los tambores. Nuestras acompañantes, incomodas, nuestros Alfas, oteando el ambiente, pues hayábanse en desventaja ante un par de negros Jamaiquinos que eran la sensación por su manera de bailar, y aquí Ran no podía atravesar la pista de baile con su camionetota, ¿verdad?, ni Brutus alardear de ser un ropero con dos pies izquierdos más propio para la cacería de mamuts que para la danza erótica –¿pero que les ven?– preguntó la doctora Lizet, amiga de la doctora Grandota Alfa. En minutos las gringas se fueron para otra área donde las jalaron otros güeros de su país, sólo se quedó una, la más menudita y callada de todas, hablaba bastante español, observadora, todo le parecía mágico, la más inteligente.

–Yo no entiendo ¡Qué necedad, que pretensión de andar de canijos! – insistió la doctora Lizet en algún momento de la madrugada cuando por fin Popeye y Brutus bailaban, o eso creían que hacían, al amparo eólico con dos Argentinas también bastante alcoholizadas y que ya de a tiro una de ellas había perdido el sostén de su bikini, otro de los médicos de nuestro grupo hacía lo propio con la güerita menudita, nuestra hembra Alfa por allá tras uno de los Jamaiquinos.

En algún momento de la historia de la humanidad se debió llegar a un acuerdo “civilizado” en el que para evitar conflictos cada hombre debería escoger a una mujer y sólo una, para que alcanzara para todos y no andarnos disputándolas a porrazos o ¿en qué momento o cómo se le hizo para que el más polígamo de los primates, se conformara con ser monógamo?

Porque todos los Hominidos… son polígamos y sin que se ofenda nadie, las cosas se han estado torciendo por siglos en cuanto a nuestro deambular por el mundo hasta llegar al “hoy” con todas sus confusiones existenciales, depresiones y demás patologías de comportamiento que tiene la humanidad, constantemente sumida en masacres, una tras otra, ahora por aquí, mañana por allá. Mucho de todo parte por querer “pintar nuestra raya” del resto del Reino Animal, se nos olvida que somos animales, de tenerlo esto presente, nos ahorraríamos muchas conjeturas, para empezar, con el origen de muchas patologías como la de la adicción a las drogas, por ejemplo, y luego esa nefasta tendencia a “clasearlo” o subdividirlo todo –Nacionalidad, religión, ocupa- ción, clase social, raza, preferencia sexual, sexo, y por si fuera poco, ¡a qué equipo le vas!–. Muchos de los colegas Veterinarios estamos más sensibilizados a notar estos comportamientos si es que hemos trabajado con distintas especies de animales, aunque sea por un rato y sabemos que todas tienen un lenguaje corporal y un código bastante predecible, prácticamente el mismo de toda su historia evolutiva. Pero la verdad -tan animales somos- que nos gobiernan las hormonas, necesitamos comer, reproducirnos, definir jerarquías, territorio. La muy mentada infidelidad acaso sea esa imperiosa necesidad con que se equipa a todos los machos de todas las especies a que sean sus genes los que se perpetren.

El pesar por mi carro aplastado y la diarrea que traía desde la tarde a consecuencia del estrés y a la mala comida de los hoteles, me tenía en una flojera absoluta y no quería hacer otra cosa en el mundo que no fuera irme a dormir cuanto antes -con su permiso, yo voy a pedir un taxi- iba a decir, pero en ese instante aparecieron tambaleándose los Alfas del grupo, Ran que venía sin pantalones y Brutus traía el ojo hinchado, algo pasó. Pagamos sin revisar la cuenta, echamos a Ran a la Batea de la camioneta, Brutus no dejaría conducir a nadie – que andaba bien, decía- así que se regresó solo en su diminuto Clío, nuestra hembra Alfa terminó en los brazos de un lanchero que era lo más próximo al tono prieto de los Jamaiquinos y todos los demás nos amontonamos en la Ford Lobo, hastiados de calor húmedo nocturno y el cansancio. Cada cual corrió a sus aposentos apenas tocando tierra, olvidándonos de Ran atrás en la caja de la camioneta, por lo que al otro día en el buffet del desayuno a las diez de la mañana, lucía un tremendo bronceado colorado en la espalda y un sólo lado de la cara. Como haría cualquier otro animal que ha perdido el dominio de su grupo, parvada, manada, Ran, nos evitó, trató de pasar desapercibido atravesando la recepción a toda velocidad hasta llegar a las escaleras de emergencia- ya ni quiso esperar el elevador para subir a su cuarto-, me imagino también que era porque iba descalzo y en calzones.

Por esas mismas fechas me llamaron para visitar a un cliente nuevo a Reynosa, Tamaulipas, fui a condición de que me pudiera regresar ese mismo día-, al siguiente ya tenía consulta en Toluca-, así que muy temprano en el Aeropuerto, esperando mi vuelo y haciendo lo que los demás, viendo a todo el mundo y el inmenso pizarrón que es el cuerpo de cada cual, donde podemos leer de acuerdo a nuestro comportamiento y formas de vestir, lo que anunciamos o no anunciamos al mundo -por allá en aquel asiento, la clásica chaveta con audífonos en los oídos sentada en posición de flor de loto, valiéndole madre que tal vez el siguiente en sentarse sea un señor de traje negro y entonces se llene el trasero de tierra, ella anuncia eso –me importa el mundo un bledo se joda quien se joda y además, mi papi tiene lana-. Por allá la güerota despampanante con su pantalón de mezclilla ajustadísimo y ligeramente desteñido de “las nachas” para dar la impresión de más volumen, ¡aún más volumen¡ y todavía se enojan cuando un pobre tipo de esos que se la pasan leyendo el libro vaquero donde el estereotipo de las novias del héroe son así, de nacha exuberante, -decía- todavía se enojan si el tipo abre los ojotes y se le cae la mandíbula ¿no serán ellas las depravadas?. Por cierto el planchado del pelo ya debe de llevar una semana porque trae un gallo o el clásico almohadazo. Y así podría seguir y seguir comentando a propósito de ese extendido deporte que es “ver a los demás”.

–¡Tengo el asiento número uno!- ¿¿¿???—
La azafata me pregunta cuando ya voy casi a la mitad del avión.
–¿Qué asiento tiene?—
–El uno, señorita—
–Pues es el primero señor –
–Gracias por evidenciarme de tarado, pero…
¿Qué acaso no es ahí primera clase?—

Antes de despegar otra Azafata -la de mejor verse- ya nos servía mucho antes que a los demás pasajeros y en vasitos de vidrio jugo de naranja natural y, también antes del despegue, café en taza de cerámica, luego un bocadillo de jamón. Mi vecino de asiento me veía de arriba abajo como un advenedizo –tú no eres de mi clase– ha de haber pensado el jamonudo ese, -que dicho sea de paso sus llantas ocupaban cada resquicio y prácticamente se comía el descansabrazos donde yo debería acomodar mi codo-; inadvertidamente, volteo a mi lado posterior izquierdo y una tipa de ceja levantada -a la María Félix-, curiosa veía, o más bien hurgaba en mi comportamiento para ver qué hacía con mi desayuno –pues tragármelo- que más, si aquí adelante dan pistaches y allá atrás cacahuates.

Casi al medio día, el sol en el cenit y 39 grados centígrados que parecían cien, recorrí una gallera en toda forma, donde había doscientos gallos cuyos precios oscilaban entre 300 y 500 dólares cada uno, o sea pura selección, el propósito era tratar de encontrar la causa del por qué algunos gallos, diez de los doscientos, (Bueno, bueno… con una morbilidad del 5% ) de súbito se masacraban con el pico hasta desplumarse y sangrarse áreas de la piel en piernas y muslos o en la parte dorsal de la rabadilla; a la inspección visual sólo veo eso, y el dueño y el entrenador (pastor) no hacen otra cosa que voltear y verme a los ojos tratando de determinar – ¿sabes?, o no sabes.- De casualidad pasó por ahí un viejito de esos ladinos y que era el caballerango, que cada vez que llega un Veterinario ya sea de los caballos, los perros o los gallos, tal parece que le tocan la campana de Box– yo ya le dije al patrón que se quite de cosas y que regrese esos gallos a quien se los vendió – dijo muy suficiente el tipo.

–¿Y cómo se supone que los regrese? – Agregó molesto el patrón, -Si todos son Americanos (from USA)-. Aproveché la interrupción para ir tomando uno u otro de los Gallos afectados que estaban agrupados en una sola área de los tipis –y lo mismo– sólo piel lacerada y la cara de los pobres gallos diciendo – bueno ya quítenme esta comezón–. Aquí no puedes ponerte a hacer necropsias porque cada uno de los gallos vale lo de 100 pollos de engorda y además no olvidemos que para el gallero cada gallo es un campeón en potencia y que va a dar a ganar más de su valor comercial. Y ahí están -o más bien-, estamos, empapados en sudor, con un boleto en primera clase a cuestas y la mirada inquisitiva de ellos más la del caballerango que no deja de emitir risitas que a mí me saben a burla. –La verdad es que están muy mal manejados -dije- había que empezar a poner orden- y yo no me explico cómo es posible que usted -me voy sobre el caballerango- que trabajando para el mismo patrón, no cuide su patrimonio y no haya sugerido el Topazone en spray para cuidar esas heridas, el Topazone ustedes lo usan en los caballos para todo. -uno menos, el caballerango se fue arguyendo que a él no le hacen caso etc. etc., el pastor y el dueño viendo que ya me iba encarrerando me dieron más espacio y por fin me fui a la sombra y al aire acondicionado, a pensar, -¿Qué hubieran hecho los académicos?-. Aquí no tienes un laboratorio con todas esas soluciones y microscopios y… tampoco puedes condenar a ningún animal para hacerlo filetitos y especular qué es lo que está pasando. Eso sólo opera cuando hay circunstancias de mortalidad y además si ésta no se detiene a los pocos días de tratamiento,-sólo así es cuando los dueños acceden-, con tal de salvar al resto.

Continuara…

Artículo publicado en
Los Avicultores y su Entorno Febrero-Marzo 2016

Fernando Puga
Fernando Pugahttps://bmeditores.mx/
Editor en BM Editores, empresa editorial líder en información especializada para la Porcicultura, Avicultura y Ganadería.
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