Por Gina Gutiérrez.
Seguramente alguien de sus diferentes círculos se les ha acercado con preguntas sobre las emisiones provenientes de las vacas, y es triste ver que son muy pocos los ganaderos que pueden dar una explicación al respecto, y más triste y decepcionante que son aún menos los que se preocupan por aprender del tema. No soy experta y no me da pena reconocerlo, pero ello no ha impedido que aprenda un poco porque no quiero pertenecer a la siguiente categoría: los que no se interesan ni se preocupan, porque muchos todavía creen que estamos lejos de que en México nos exijan algo al respecto y claro, es difícil pensar que tendremos que adherirnos a políticas ambientales cuando se está construyendo una refinería, pero para aquellos que quieran saber un poco más, les cuento…
Las vacas no son las culpables y para demostrarlo, la pandemia fue bastante útil, porque sería suficiente decir que en los primeros meses de ésta, cuando todos los países detuvieron casi todas sus actividades los niveles de contaminación disminuyeron drásticamente, y sin embargo, las vacas y otros rumiantes seguían ahí, produciendo alimentos de altísima calidad para todos, mientras casi no había fábricas trabajando, los edificios corporativos estaban cerrados sin utilizar energía para mantenerlos funcionando, había muy pocos coches y camiones circulando, mínima cantidad de aviones, barcos y cruceros.
No voy a dar una explicación complicada sobre los diferentes tipos de gases de efecto invernadero, bastará decir que, en efecto, el metano (CH4), que es el gas que emiten las vacas, es muy potente, pero el que proviene de ellas, por la fermentación entérica, no es el causante del enorme problema que tenemos por el cambio climático, porque es parte de un ciclo natural.
El metano que emiten las vacas es un gas de corta duración, porque se queda en la atmósfera aproximadamente 12 años, contrario al dióxido de carbono (CO2), emitido por motores de combustión interna, que permanece cerca de 1000 años. El metano es, además, un gas de flujo, que significa que no se acumula en la atmósfera. El dióxido de carbono es un gas de stock o almacenamiento, que sí se acumula, porque no hay manera de degradarlo. El ciclo natural, o biogénico, del que forma parte el metano es porque este gas está hecho de carbono atmosférico que ha estado circulando por el medio ambiente desde que comenzó la vida: Las plantas absorben dióxido de carbono y, a través del proceso de foto síntesis, aprovechan la energía del sol para producir carbohidratos como la celulosa.
Los humanos no podemos digerir la celulosa, tampoco pueden hacerlo otros animales, pero es un ingrediente clave en la alimentación del ganado lechero y otras especies rumiantes, que son capaces de descomponerlo en el rumen. De esta manera, las vacas toman el carbono que forma la celulosa de las plantas que consumen y emiten una porción como metano, pero lo hacen después de haber convertido esas plantas en proteína, en forma de leche y carne. La siguiente parte del ciclo biogénico sucede después de aproximadamente 12 años, cuando el metano se convierte nuevamente en dióxido de carbono a través de la oxidación de hidroxilo, una reacción química en la atmósfera, y las plantas que serán consumidas por las vacas aprovechan ese CO2 para crecer. Ese carbono es el mismo carbono que estaba en el aire antes de ser consumido por un animal, ¡es carbono reciclado!
Mientras no aumente el tamaño del hato, que es posible gracias al mejoramiento genético y a que las eficiencias en la producción, especialmente con la alimentación del ganado, son cada vez mayores, las vacas seguirán siendo inocentes, porque no se agregará metano adicional a la atmósfera en el ciclo biogénico del carbono. No obstante, tenemos que trabajar en el tema y más ganaderos y las compañías a las que entregan la leche y la carne tienen que asumir compromisos reales para también reducir emisiones de dióxido de carbono en sus establos y en las plantas procesadoras, porque no todo recae en los productores, no debe ser así.
Las vacas no son las culpables, ayudemos a que esto continúe así para que no lleguemos a los extremos que se proponen en Europa donde, por ejemplo, exigen a Irlanda reducir en 200,000 vacas el hato nacional para que el país cumpla con las metas atmosféricas. Esta medida, sin sustento científico, no nos ayuda en nada, porque vilifica al ganado y a los ganaderos, cuando se ha demostrado que la agricultura y ganadería proveen soluciones reales y que tienen impactos significativos en el corto y largo plazo.
Los Países Bajos exigían medidas similares, por eso ocurrieron las protestas el año pasado, lo que llevó a los productores a unirse para frenar esas medidas, y no sólo ello, se organizaron para crear un partido político, que tuvo muchísimo éxito en las pasadas elecciones, para tener voces reales de productores reales en sus parlamentos y así poner sobre la mesa el sinsentido de las políticas restrictivas que no sólo no solucionarían el problema de las emisiones, sino crearían otros problemas, como un desbalance en los sistemas alimentarios porque, seamos honestos, exigir a los productores europeos producir menos es una cosa fácil, pero quedarse sin suplir la oferta de esos alimentos, es una muy diferente y complicada. ¿De dónde llevarían los faltantes? ¿Están preparados esos otros lugares (muy probablemente países en vías de desarrollo) para producir más y de forma sostenible? No lo creo, porque está comprobado que, al menos en la producción de leche (que es lo que conozco), los países más desarrollados tienen menos emisiones porque son más eficientes, por manejo, buenas prácticas y genética.
Más gente debería saber lo increíbles que son las vacas por todos los servicios que proveen, ya compartiré más al respecto en la siguiente edición. Por ahora quedémonos con esto: las vacas no son las culpables y debemos saber defenderlas o se nos va la vida (nuestro modo de vida) en el intento.
Artículo publicado en “Entorno Ganadero Agosto- Septiembre 2023“
