MVZ César Alejandro Cornejo Castillo
Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México por la
Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán.
Entré al quirófano sin consultar, nada más de abrir la puerta todo ahí adentro era un pandemónium, un corredero para todos lados, la asistente, una MVZ recién egresada resbaló con los zapatos cubiertos con el trapo quirúrgico y por allá fue a dar ruidosamente la charola de acero inoxidable con el instrumental que se esparció por todos lados y desde luego… la humanidad de la doctora que ante un intento acrobático por levantarse de inmediato o minimizar la caída, volvió a resbalar, ahora sí para quedar completamente tendida pues el piso era un reguero de sangre y fluidos. Algo había salido mal y el paciente por el tamaño que aparentaba bajo la sabana quirúrgica, o era un Gran Danés o era un León, y ya no se movía.
Ni siquiera se dieron cuenta de mi intromisión, así que salí hacia la recepción, ahí estaba la señora Antonia Sepúlveda, esposa del general en jefe del Estado Mayor Presidencial , otras dos encopetadas amigas y un viejillo de gafas redondas, peinado de raya en medio y más rubio que el tabaco… Mr. Henry, si no mal recuerdo, todos para la ocasión, elegantes y hablando maravillas del viejo Teo, el perro San Bernardo que estaba tendido en la plancha diagnosticado con un tumor abdominal proporcional al tamaño del paciente.
Pobre Doctor Echeverría, no quisiera estar en su zalea, pero hay un ¡pero!, siempre hay un ¡pero!, contemplo sentado en el sofá de la recepción a los cuatro interlocutores, Mr. Henry incluso trae cargando a Goliat, un diminuto Chihuahueño, que a pesar del calor lo traen con un chaleco azul y el logo con letras amarillas de alguna universidad gringa. El MVZ Lázaro Echeverría es un lince para los negocios y tiene esta clínica que es la “Plus” en pleno corazón de la zona esmeralda del Condado de Sayavedra, otras dos clínicas en zonas menos “popofs” y la farmacia y forrajera en la colonia Anáhuac que es donde empezó todo.
Otra de las ahí presentes es la señora Torrentera, también trae a Perlita, una perra Pug muy obesa y que muy oronda duerme la siesta en la carriola, que la señora mece pausadamente – vienen a ver a su amigo Tom y a desearle pronta recuperación – me dice dulcemen- te la señora Torrentera, yo asiento con una sonrisota. La recep- cionista, con quien ya se han comunicado desde el quirófano, nerviosa conecta la cafetera, yo no sé si para cafetear al perro o al Médico, al rato que llegue el general.
— Pues yo creo que mejor me voy, iba a hacer cuentas del mes con Echeverría, pero creo que luego vengo – dije ya con un pie rumbo a la puerta. — No que, ayúdanos a echarle bola – me dijo la secretaria muy seria. — Nooo, esto es obra del Dr. Frankestein, y yo hace casi 25 años le dije que estaba creando un monstruo.
Yo desde aquellos tiempos acudía a esas clínicas y farmacias por la consulta que llegara para aves exóticas o de producción, con el único compromiso de consumir de ahí medicamentos y sugerir a los clientes que surtieran ahí sus recetas o compraran los balanceados.
Cuando salí de ahí, vi a el “piloncillo”, un niñito como de cuatro años pero que seguramente tenía por lo menos seis, tirado en el suelo jugando con una franela mientras su hermano Cirilo de once años, lavaba carros en el estacionamiento de este centro comercial, tres de los cuatro visitantes salieron a echarse el cigarrito, “piloncillo”, de pelos parados, mugroso, con mocos en la cara ve a Perlita, la perra Pug obesa que ha despertado y curiosa husmea la cara de “piloncillo” que por estar tirado en el suelo le queda a la altura, “piloncillo” acaricia la cabeza de la Pug, Henry con la mirada alerta a la señora Torrentera que a toda prisa voltea la carriola. La esposa del general interviene. —¡Bueno, bueno, no hay que hacer tanta alharaca, aquí te la pueden bañar y ya¡—
No es que carezca de sentido solidario, pero al Médico Echeverría desde los tiempos de la farmacia- forrajería de la colonia Anáhuac, ¿hará Veinticinco años?, le sugerí medirse en cuanto nuestra misión de asesorar correctamente a los clientes respecto al manejo de cualquier tipo de animal y sobre todo a las mascotas, y coincidió en aquellos años la misma señora Antonia Sepúlveda, cuyo marido todavía no era general y tampoco vivía en una residencia, pero esa vez traía a un perro Collie a revisión con signología nerviosa en la cajuela de un Rambler, el Médico, en una actuación memorable fue hasta la calle – todavía no alcanzaba para los chalanes – a la cajuela del auto – ¿ pero cómo es posible? – expresó indignado – ven conmigo chiquito, mira como traerte en una cajuela, bonito ven, ven con tu tío Lázaro – y cargó al perro hasta la mesa de la farmacia. La señora Antonia visiblemente compungida – Doctor… es que está todo vomitado… ¿dónde quería que lo trajera? El Médico no responde concentrado en aplicar suero intravenoso. Por favor, haga lo que se necesite por él – indicó la mortificada señora y se fue. Yo ya ni le dije nada, pero sabíamos que ante ese cuadro de moquillo, ya lo prudente era correr pentobarbital y acabar con ese cuadro. Pero el Médico había encontrado la fórmula para hacer que los clientes se sintieran culpables y hacerlos consumir. – Cornejo, en este asunto de los negocios, acuérdate que el cliente es el que paga y no el perro -.
Llegó incluso a tener sus sesiones vespertinas del “club de las mascotas”, adoptando una actitud paternalista y exageradamente compasiva, creándose una enorme clientela de señoras ansiosas por demostrar cuán compasivas eran ellas también y de paso encontraban ellas el beneficio de sentirse tomadas en cuenta y de sentirse útiles nuevamente, pues el perfil generalmente coincidía: cincuentonas con los hijos emancipados y el marido todos los días “en sus marcas” listos para salir a la oficina, la fábrica o lo que fuera para no tener que lidiar con ellas o hacerlo lo menos posible; así que ahí las teníamos a partir de las cuatro treinta cada tercer día, lo que provocó que el párroco del lugar, celoso, nos hiciera una visita porque ya le estábamos bajando la clientela. Por aquel entonces faltaban cosas para venderles a esas clientas ansiosas de novedades para sus perros y gatos.
Platicaba hace unos meses con el doctor César Morales, el organizador de esa maravilla que es el Congreso Veterinario de León (CVDL), que las cosas han cambiado mucho, recordaba que antes el perro era perro y cuidadito se metiera a la casa porque cuando menos un buen grito se llevaba y el animal hacía su chamba de guardia o cuando menos hacer ruido o en el campo pues ahí era aún más útil.
Desde los caballos que hablan, perros y animales con comportamientos casi humanos y toda la fantasía Walt Disney de osos y tigres que conviven con puerquitos y venaditos y no se los comen, se ha venido gestando por décadas una tergiversación de información impresionante que es el equivalente a promover ignorancia y por afán de negocio o por no meternos en broncas o por lucir la estafeta de lindos, muchos Médicos han sido en su parte responsables de no enderezar los criterios de lo que es prioritario.
Decidí ir a una granja que me quedara por la región, iría rumbo a Ixtlahuaca por la carretera a Villa del Carbón. A pesar de ser temprano me sorprendió una tormenta en el monte, tomé hacia Chapa de Mota a donde estaba el criadero, ya eran más de las diez de la mañana y tenía muchísima hambre, ahora no dejaba de lloviznar, tomé el camino de terracería que era la parte final del camino, a 3 ó 4 kilómetros estaría la gallera, a pesar de ir muy despacio o por ello mismo se atascó mi camioneta, sería muy 4×4 pero nunca he usado esa cosa, es más, no sé ni cómo funciona, cada vez se hace más profundo el pozo donde giran las llantas, abro la ventanilla para ver, mejor bajo, y mi pie izquierdo se entierra en el barro, todo huele a mojado, el vapor sale por mi boca y ese frío delicioso me atrapa de inmediato, metros más adelante, el camino se vuelve de noche en pleno día de tan tupidos los pinos que no dejan pasar el sol. A pocos metros detrás viene una persona a pie con sombrero e impermeable improvisado con un hule atado al cuello y arreando una mula cargada con trozos de ocote.
– Días — me saluda tocándose el sombrero. — Buenos días —respondo– ¿habría manera de un empujoncito? Con su mula ¿verdad? –
El campesino voltea a ver el cielo y me dice -¿hasta dónde va? –
—A la gallera del Licenciado Germán Rea – respondo. —Mire mejor deje su camioneta aquí, adelante está peor, si quiere le acompaño, ahorita el Lic. está ahí porque llegó desde anoche, yo le vendo el maíz y la avena de mi cosecha – ofreció.
Continuara…
Artículo publicado en Los Avicultores y su Entorno 105