Los recursos naturales en la ganadería, hacia una economía sostenible

Gerardo Juárez Corral.
Universidad Juárez del Estado de Durango.
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Introducción

¿Cómo y de qué manera la ganadería produce alimentos para la población (carne, leche, huevo)? ¿Cómo utiliza los recursos naturales para tal propósito? ¿de qué forma participa en el mejoramiento de la crisis del sistema climático o en su degradación? ¿cuál es la eficiencia productiva de la ganadería en el uso de los recursos naturales?

Se utilizó el concepto de economía para referirse al uso de los recursos (insumos), su procesamiento o transformación y la obtención de bienes y servicios; además, se aproxima en mucho al concepto de desarrollo sostenible[1]. El principio fundamental radica en que la economía[2] considera a los recursos como escasos y limitados, y a las necesidades como ilimitadas; por ello es necesario tomar las decisiones y acciones que orienten las mejores formas de obtener resultados satisfactorios, en términos de eficacia, eficiencia, optimización, productividad y competitividad; es decir, obtener el mayor provecho con el menor empleo de los recursos (utilizar racionalmente los recursos). Por lo tanto, se utilizó el concepto de economía como una herramienta general que permitió explicar las formas en que se utilizaron los recursos naturales, con el uso de parámetros macroeconómicos sociales y ecológicos.

La ganadería es un recurso económico y biológico renovable. El estudio se centra en la ganadería como un recurso económico en un contexto natural y ecológico del cual es integrante activo; es decir, es parte del sistema natural y climático.

Como recurso económico, la ganadería se constituye como un proceso de producción de alimentos y materias primas, que aporta beneficios a la sociedad, y como parte de la naturaleza, la ganadería, posee vínculos estrechos que pueden ser positivos o negativos; los aspectos positivos se refieren básicamente a transformar los materiales (por ejemplo, la vegetación) en elementos susceptibles de ser utilizados por el ser humano (alimentos); también genera elementos negativos a la naturaleza, como la deforestación, los GEI, la degradación de los suelos y la pérdida de hábitat de muchas especies endémicas.

Los recursos naturales en la ganadería, hacia una economía sostenible recursos naturales ganaderia hacia economia sostenible1

Se planteó como objetivo principal, determinar la relación entre la ganadería como recurso económico y el uso de los recursos naturales (agua, suelo, cubierta vegetal).

Se revisó y recuperó la información y las aportaciones que, en la materia se han generado en instituciones y organizaciones internacionales y nacionales, que constituyeron los argumentos objetivos que proporcionaron los fundamentos técnicos, económicos y estadísticos a las afirmaciones sostenidas en el estudio que permitieron lograr el objetivo, el planteamiento de las conclusiones y las alternativas correspondientes.

Para llegar al propósito de este estudio, se identificaron los principales problemas de los recursos naturales, que conformaron el contexto de la producción ganadera y permitió tener una visión más amplia en la utilización de estos recursos y enfocarse a la situación particular de las condiciones en que produce la ganadería mexicana, sus alcances, limitación y alternativas que se han planteado ante los problemas en el uso de estos recursos.

El contexto natural de la ganadería

El identificar los problemas relacionados con el ambiente natural constituye un avance hacia su atención para generar las alternativas hacia un desarrollo sostenible. “[…] Reducir la pérdida y la degradación de sus ecosistemas terrestres y acuáticos, conservar su biodiversidad, asegurar la disponibilidad y calidad del recurso hídrico, reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, avanzar en su adaptación a los efectos del cambio climático y mejorar la calidad del aire en muchas zonas urbanas del país son algunos de los más importantes” (SEMARNAT, 2018).

Con la aprobación de la Agenda 2030 por parte de la ONU, en el año 2015, se sentaron las bases para “[…] establecer y seguir un modelo de desarrollo que, además de permitir tener un crecimiento económico, reduzca los niveles de pobreza e incremente el bienestar y la calidad de vida de todos los habitantes; sin comprometer los recursos naturales. Ello implica tener un sistema económico que al menos modifique las fases del metabolismo social relacionadas con la degradación del capital natural, aproveche las fuentes renovables de energía distintas a los combustibles fósiles y cierre los ciclos de los materiales. En otras palabras, que desacople el agotamiento de las reservas de recursos y la degradación ambiental de los desarrollos económico y social” (SEMARNAT, 2018).

La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT, 2018) completa este planteamiento diciendo que “En septiembre de 2015, los 193 Estados miembro de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) firmaron la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, lo cual continúa y profundiza la tarea comenzada en el año 2000 por los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y que la comunidad internacional se comprometió a cumplir en 2015”.

Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las 169 metas “[…] buscan incidir en las causas estructurales que impiden el progreso social y económico sostenible de los países […]”, considerando tres ámbitos de acción o dimensiones: económica, social y ambiental (SEMARNAT, 2018).

El estado y las condiciones que presenta la naturaleza, hoy en día, se encuentran en una condición crítica; se identifican problemas como degradación de suelos, pérdida de la biodiversidad, alteración de los ciclos de lluvias, incremento de la temperatura ambiental, sequías prolongadas, intensificación de huracanes, océanos con aumento de temperatura y acidificación, contaminación por plásticos, pesticidas y otros productos químicos; se han extinguido especies de flora y fauna y otras se encuentran en peligro de extinción.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN, 2020) “[…] el 75% de la superficie terrestre del planeta está considerablemente alterada, principalmente para la producción de alimentos y la silvicultura, y un tercio de las tierras a escala mundial están degradadas o se está degradando, afectando adversamente a la biodiversidad, la productividad de la tierra, el almacenamiento de carbono y el funcionamiento de los ecosistemas”.

“[…] Se ha producido una disminución sin precedentes del 83% en la biodiversidad de agua dulce y los humedales están desapareciendo tres veces más rápidamente que los bosques […] Está previsto que muchos países sufran un creciente estrés hídrico, lo cual tendrá un impacto negativo sobre su crecimiento económico y su base de recursos naturales […]” (UICN, 2020).

En el mes de abril de 2024, en México se llevó a cabo el Foro Regional de la UICN, en el cual se destacó “[…] la adopción de un enfoque sistémico e integral para comprender la relación entre naturaleza y sociedad; la convergencia entre herramientas para abordar las crisis climáticas y de biodiversidad; la construcción de puentes entre la ciencia y el derecho, así como entre la evidencia científica y la toma de decisiones; y la educación basada en la naturaleza” (UICN, 2024).

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Según la Organización Meteorológica Mundial OMM (2024) “Los desastres y el cambio climático, sumados a las perturbaciones socioeconómicas, son los principales factores de inseguridad alimentaria aguda en la región; tal es así que en 2023 se alertó de que 13,8 millones de personas se encontraban en situación de crisis alimentaria aguda […] afectan a todos los pilares de la seguridad alimentaria (disponibilidad, acceso, uso y estabilidad) […]”

El suelo como recurso natural es susceptible de ser afectado en el uso y aprovechamiento. A la forma en la que se emplea un terreno y su cubierta vegetal se le conoce como “uso del suelo” (SEMARNAT, 2018).

El suelo es uno de los recursos más importantes del sistema agroalimentario. Cuya importancia, según el Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP, 2023) radica en considerar que “[…] de los suelos provienen directa o indirectamente cerca del 95% de los alimentos que consumimos de manera cotidiana y que tienen la capacidad de almacenar, transformar y reciclar los nutrientes y el agua que las plantas necesitan para su crecimiento, de hecho, se estima que de los 18 nutrientes esenciales que requieren, 15 de éstos son proporcionados por los suelos, siempre que estén saludables”.

Además, señala el SIAP (2023), los suelos “[…] Actúan como el mayor filtro y tanque de almacenamiento de agua en la Tierra; juegan un papel importante en los procesos climáticos globales a través de la regulación de emisiones de dióxido de carbono (CO), óxido nitroso (NO) y de metano (CH), y albergan una gran diversidad de organismos que desempeñan papeles fundamentales como impulsores de muchos servicios ecológicos, de los que depende el funcionamiento de los ecosistemas terrestres”.

Para el SIAP (2023), los problemas más significativos del suelo los identifica de la siguiente manera “[…] erosión, salinización, compactación, acidificación y contaminación química; todas ellas, causas originadas en mayor medida por la acción del hombre […] se calcula que 33% de la tierra en el planeta tiene una condición de moderada a altamente degradada […]”

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2023), manifestó preocupación ante este problema y lo expuso en los siguientes términos “[…] la degradación de la tierra sigue siendo una gran preocupación, ya que el mundo ha perdido al menos 100 millones de hectáreas de tierra sana y productiva cada año entre 2015 y 2019”.

Las causas de la degradación[3] del suelo están relacionadas con la expansión urbana, la deforestación y la conversión de pastizales. “[…] Los pastizales sufrieron algunas de las mayores pérdidas de productividad de la tierra, seguidos de las tierras de cultivo y las zonas arboladas […]” (SEMARNAT, 2017); además, una de las consecuencias más importantes de la degradación de los suelos es la producción de alimentos y la captación de agua (SEMARNAT, 2017).

En el año de 2003 la SEMARNAT (2017), publicó la Evaluación de la Pérdida de Suelos por Erosión Hídrica y Eólica. Estimó que el 42% de la superficie nacional podría estar afectada por erosión eólica y el 89% estaría en riesgo de ser afectado por erosión hídrica, particularmente, seis entidades (Aguascalientes, Baja California, Baja California Sur, Sonora, Durango y Zacatecas).

Además, la mayor degradación de los suelos del país se debe a la deforestación y cambios de uso del suelo (hacia actividades agropecuarias, principalmente) (SEMARNAT, 2002).

La vegetación en México, considera la SEMARNAT (2022) “[…] es muy diversa: existen bosques templados (de coníferas y encinos), bosques mesófilos de montaña, selvas (húmedas y subhúmedas), matorrales xerófilos y pastizales, entre otros tipos de vegetación (e. g., chaparrales, mezquitales, palmares, vegetación halófila y gipsófila y de galería […] Los matorrales xerófilos constituyen la formación vegetal predominante (26% de la superficie nacional), seguidos por los bosques templados (17%) y las selvas (16%)”.

El problema fundamental del suelo y la vegetación, ha sido y es el cambio en el uso de suelo. En México, según la SEMARNAT (2022), “[…] las consecuencias más importantes del cambio de uso del suelo están las alteraciones en los ciclos biogeoquímicos[4] (e. g., agua y carbono), la pérdida de la biodiversidad y sus servicios ambientales asociados y el cambio climático global […]”. Señala que de acuerdo a la Carta de Uso Actual del Suelo y Vegetación serie III, “[…] para el 2002 aún se conservaba poco más de 70% de la superficie original de bosques, 56% de las selvas, 77% de los matorrales y sólo 55% de los pastizales, lo que en teoría representaría una pérdida histórica neta de aproximadamente 250 mil kilómetros cuadrados (25 millones de hectáreas) de selvas, 129 mil kilómetros cuadrados (12.9 millones de hectáreas) de bosques templados, 155 mil kilómetros cuadrados (15.5 millones de hectáreas) de matorrales y más de 83 mil kilómetros cuadrados (8.3 millones de hectáreas) de pastizales”.

Los bosques como un ecosistema cuya importancia radica en el equilibrio ecológico y hábitat de múltiples especies, también han sufrido los embates de la degradación antropogénica “Los bosques proporcionan bienes vitales y servicios ecosistémicos y son cruciales para mitigar el cambio climático. Aunque la superficie forestal del mundo sigue disminuyendo, el ritmo de descenso se ha ralentizado en comparación con decenios anteriores, pasando del 31,9% en 2000 al 31,2% en 2020 […]” (FAO, 2023).

La deforestación es un problema recurrente en la pérdida de los bosques. La SEMARNAT (2022), refiere que “[…] en México, entre 1988 y el año 2005, las estimaciones de la tasa de deforestación en el país han oscilado entre las 316 mil y las 800 mil hectáreas de bosques y selvas por año. En el contexto mundial, México fue, en el periodo 1990-2000, el único país miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que perdió una parte de su superficie forestal; en Latinoamérica fue uno de los países con la mayor tasa, tan sólo por debajo de Brasil, Costa Rica, Guatemala y El Salvador. En nuestro país, las actividades agropecuarias son la principal causa de la pérdida de bosques y selvas, seguidas por los desmontes ilegales y los incendios forestales”.

Para la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR, 2022) “[…] México ha registrado una tasa anual de deforestación promedio de 208 mil 850 hectáreas por año durante el periodo 2001-2021, lo cual representa el 0.31% de la superficie forestal arbolada a nivel nacional (66.65 millones de hectáreas)”.

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Otra causa de la degradación de los bosques son los incendios forestales; teniendo como principal origen las prolongadas sequías y las actividades agropecuarias. La SEMARNAT (2022) planteó que “[…] Entre 1998 y 2005, las coberturas vegetales más afectadas correspondieron a pastizales, seguidas por la arbustiva y de matorrales y por las arboladas”; afectando más de 200,000 hectáreas. La tala clandestina es un elemento de deterioro de los bosques, altamente perjudicial para la vida forestal.

La Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER, 2022) concibe al agostadero como un espacio físico en donde se practica la ganadería extensiva; se compone de suelo, vegetación y agua, fundamentales para la cría y recría en estos sistemas. El componente principal según la SADER son los pastos o zacates, hierbas, arbustos y árboles “[…] Algunas especies de buen valor forrajero son zacate navajita y popotillo plateado”.

Los problemas que enfrenta el uso de los agostaderos se vinculan a “[…] la preferencia y/o selectividad del ganado, el sobrepastoreo y la frecuencia de uso, lo que puede provocar la reducción de las mejores especies forrajeras, el incremento en suelos desnudos y mayores pérdidas del agua de lluvia y del suelo” (SADER, 2022).

Otro problema derivado del manejo del ganado en agostadero es la “huella ecológica”, entendida como aquella que permite conocer el impacto social sobre el ambiente; “Es una herramienta para determinar cuánto espacio terrestre y marino se necesita para producir todos los recursos y bienes que se consumen, así como la superficie para absorber los desechos que se generan […]. La huella ecológica de cada ser humano es de 2.7 hectáreas. Sin embargo, nuestro planeta tan sólo es capaz de otorgar a cada uno de sus habitantes cerca de 1.8 hectáreas […]. En México, la huella ecológica calculada en 2006 fue de cerca de 3.4 hectáreas por persona […]. Esta diferencia indica que cada uno de nosotros utiliza más espacio para cubrir sus necesidades de lo que el planeta puede darnos […]. Las actividades que más han repercutido en el crecimiento de la huella ecológica mundial son la quema de combustibles fósiles, la agricultura y la ganadería” (SEMARNAT, 2017).

La base alimenticia de la ganadería en el agostadero la constituye los pastizales naturales, cultivados e inducidos; matorral xerófilo, la vegetación halófila y gipsófila (SEMARNAT, 2018).

Para el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2019), las características de un terreno que lo hacen más o menos útil para la ganadería, son: a) el relieve (la inclinación del terreno); b) el acceso a fuentes de agua; c) el clima (humedad y temperatura) y d) La vegetación (alimento de los animales).

El pastizal natural es dominado por plantas herbáceas, particularmente gramíneas (Proaceae); se encuentran principalmente la región semiárida del norte del país y en las partes más altas de las montañas (por arriba de los 4,000 metros). El pastizal inducido son derivaciones de bosques y matorrales que se han degradado como consecuencia del consumo del ganado y el fuego; es decir, aparece donde se ha eliminado el pastizal natural. El matorral xerófilo son arbustos que predominan en zonas áridas y semiáridas e incluyen diferentes tipos de vegetación (matorrales, rosetófilos, sarcocaules y crasicaules, entre otros) y las especies endémicas (SEMARNAT, 2018).

Otro tipo de vegetación que se encuentra en estos sitios, es la denominada vegetación halófila y gipsófila, se desarrolla en suelos salinos y presencia de yeso. Son pastos que se reproducen a partir de rizomas (sistema de reproducción de plantas como Achimenes, Canna, Zantedeschia, lirio y jengibre); su cubierta vegetal es escasa (SEMARNAT, 2018).

Para el año 2017, la SEMARNAT (2017), reportó un total de 138’910,237 hectáreas (70.7%) de la superficie cubierta con algún tipo de vegetación natural (bosque mesófilo de montaña, bosque templado, selva húmeda, matorral xerófilo, manglar, entre otros); de los cuales 9’791,987 de hectáreas son de pastizal natural en México (7.1%). Pastizal natural que se concentró en cuatro entidades federativas: Chihuahua con 4’036,180 Ha (41.3%); Durango con 1’893,245 Ha (19.3%); Sonora con 1’087,189 Ha (11.2%); Zacatecas con 1’051,382 Ha (10.7%); todas ellas ubicadas en la zona norte y noroeste del país, que constituyeron más del 80% de la superficie son pastizal natural.

En el Informe de la Situación del Medio Ambiente 2018, la SEMARNAT (2018), refirió que existían poco más de 13 millones de hectáreas de pastizal cultivado (casi el 1% del total de la superficie nacional) y más de 5 millones de pastizal inducido (poco más del 2.5% del total de la superficie nacional).

En México, como en el resto del mundo, el agua tiene tres grandes destinos: agrícola (75.7%), abastecimiento público (14.8%) e industrial (9.6%) “[…] la disponibilidad total de las aguas en el mundo es de 1,386 billones de hm3 (hectómetro, 10,000 centímetros cúbicos), de los cuales 97.5% es agua de mar; 2.5%, agua dulce (de la que 70% pertenece a glaciares, nieve y hielo), y tan sólo el 0.77% es agua accesible al ser humano, entre ríos, lagos, humedales y depósitos subterráneos” (SADER, 2023).

Para la Fundación Aquae (2021), “La importancia del agua y sus funciones en el planeta es crucial para la vida de todos los seres vivos […]. Este recurso natural permite el correcto funcionamiento de los procesos biológicos de los ecosistemas y, a su vez, garantiza la supervivencia de todas las especies animales y vegetales que habitan en nuestro planeta”.

Por la condición de degradación de los recursos naturales, se han extinguido especies de animales, que Según la ONU (2024), cerca de un millón de especies se encuentran actualmente en peligro de extinción, entre las que se encuentran la tortuga (habita en lagos, pantanos, lagunas, arroyos de corriente lenta, y otros cuerpos de agua aún con fondos suaves y abundante vegetación acuática), la rana sevosa, la nutria marina “En los últimos 100 años, por ejemplo, se han perdido más de 400 especies de vertebrados […]”

En la Gaceta UNAM (2022) se estableció que “[…] en México hay 912 especies amenazadas y 535 en peligro de extinción; asimismo, 48 tienen la categoría de ‘probablemente extinta en el medio silvestre’, y mil 183 están sujetas a protección especial”.

El caso de la ganadería mexicana

La ganadería mexicana forma parte del sector agroalimentario y en ello radica su importancia social, técnica y económica. Al producir alimentos y materias primas utiliza recursos naturales, que, según la economía, los recursos son escasos y es necesario tomar decisiones y acciones para incorporarlos racionalmente al proceso productivo.

El crecimiento de los principales alimentos de origen animal (AOA), se ha dado en los términos siguientes: en el periodo 2013 a 2023, la disponibilidad de carne en canal creció poco más de 33%; el huevo para plato lo hizo en un 21% y la leche en más de 21%[5] (SIAP, 2024).

El valor de la producción ganadera, de 2021 a 2023, fue para el caso de la carne en canal de más del 100%; el huevo para plato fue casi 86% y la leche alcanzó un porcentaje en su valor de poco más de 85% (SIAP, 2024).

Las cifras anteriores garantizan, por lo menos, dos pilares de la seguridad alimentaria, planteados por la FAO (2012): la disponibilidad de los alimentos y la estabilidad (producción sostenida en el tiempo). Los otros sectores se refieren al acceso a los alimentos y la inocuidad de los mismos.

Uno de los indicadores económicos que refleja el valor de la producción del país en un año, es el Producto Interno Bruto (PIB) y miden la riqueza y el crecimiento económico de un país.

La producción ganadera tuvo un comportamiento en el PIB, por encima del promedio nacional, en los años de 2017 excepto en los cuartos trimestres de los años de 2022 (2.1% contra 3.6% PIB nacional y 2023 1.6% contra 2.5% PIB nacional). El subsector agrícola presentó el mayor dinamismo económico, al presentar cifras del PIB por encima del PIB nacional, excepto en el año 2023 (0.4% PIB agrícola contra 2.5 PIB nacional) (SADER-SIAP, 2017 a 2023).

La balanza comercial agroalimentaria, en los últimos 10 años ha tenido resultados positivos; se reportó para el mes de octubre de 2024, un superávit de 6,957 millones de dólares (MDD), derivado de 45,560 MDD de exportaciones y 38,602 MDD de importaciones (SADER-SIAP, 2024).

La ganadería mexicana ha tenido una dinámica económica determinante para el desarrollo del país, la cifras así lo demuestran; el problema se plantea en los siguientes términos: ¿Cómo y de qué manera la ganadería ha utilizado los recursos naturales? ¿se han utilizado parámetros y herramientas para producir en forma eficiente, eficaz y productivamente? ¿cómo ha intervenido en el mejoramiento del medio ambiente?

El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC, 2019), planteó algunas áreas vulnerables de la producción ganadera. La producción de forrajes ante el estrés hídrico “[…] El rendimiento y la calidad del forraje están en función de la precipitación, la cual influye de acuerdo a su cantidad total y su distribución durante el año. Lo anterior determina la estacionalidad de la producción y propicia la abundancia de forraje en la época de lluvia, y la escasez en la época seca, cuando hay estrés hídrico […]”. Problema que se presenta en las zonas áridas y semiáridas del norte y noroeste, que representan una tercera parte de la superficie del país.

El suelo, como parte de los recursos naturales no renovables presenta diversos grados de erosión, y el INECC (2019) cuestiona “[…] si los suelos de los agostaderos están degradados o erosionados pierden su fertilidad y productividad, lo cual disminuye, a su vez, la producción forrajera y el porcentaje de utilización forrajera de las plantas”.

El coeficiente de agostadero, es un área vulnerable, está expuesta a una carga animal más allá de su capacidad vegetativa (sobrepastoreo); se introducen más unidades animales que la capa vegetativa podría mantener o soportar (INECC, 2019).

La falta o el exceso de lluvias y las temperaturas extremas son eventos vulnerables. Las inundaciones se consideran un evento adverso para la ganadería por la muerte de ganado por ahogamiento, la falta de forraje que provoca pérdida de peso del ganado, afectación del ciclo reproductivo, restricciones para el pastoreo y enfermedades por exposición a lodo y materia fecal por anegamiento en los potreros sobre todo en las regiones tropicales; así como el bienestar animal (INECC, 2019).

La FAO consideró que las necesidades de agua potable (como dato referencial), para la ganadería fueron las siguientes: bovinos de 103 a 126 litros/día/animal; cerdos de 17 a 47 litros/día/animal; aves de 13 a 50 litros/día/animal; caprinos de 8 a 12 litros/día/animal; ovinos de 9 a 20 litros/día/animal (Steinfeld, H., et al., 2009).

Los problemas nacionales de la ganadería mexicana, fueron expuestos por la Auditoría Superior de la Federación ASF (s/a)[6], “Para el año 2018, los problemas de la ganadería eran baja productividad del sector ganadero y poca contribución en el aseguramiento de la seguridad alimentaria del país. Descapitalización de las unidades productivas pecuarias e incipiente inversión en capital físico, humano y tecnológico; bajos ingresos en el medio rural; problemas de sustentabilidad, y deficiencias para asegurar la sanidad e inocuidad de los productos pecuarios; vulnerabilidad a los riesgos de mercado y climáticos, y constante amenaza de enfermedades y plagas en los productos del sector; estancamiento de la productividad y pobreza en el sector agropecuario; inestabilidad laboral, y bajos ingresos de las personas dedicadas a actividades primarias”.

La Encuesta Nacional Agropecuaria (ENA, 2019), indicó que el 73.8% de las unidades de producción presentaron problemas de altos costos de insumos y servicios (combustible, energía, semillas, fertilizante, mano de obra), el 33.1% con dificultades de comercialización por los bajos precios en el mercado y el 30.8% falta de capacitación y asistencia técnica (INEGI-SADER, 2019).

El país ha adquirido compromisos internacionales en materia de conservación de la naturaleza, por ejemplo, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA, 2020), planteó que “[…] México forma parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC)[7], cuenta con una Ley General de Cambio Climático (LGCC) y está comprometido con el cumplimiento del Acuerdo de París y de las CND; además ha enviado ante la CMNUCC seis comunicaciones nacionales y dos informes bienales, hasta el año 2018”.

La SEMARNAT e INECC (2022), plantearon que “Las emisiones de GEI en el país ascendieron a 736.6 millones de toneladas de CO equivalente (MtCOe)[8] en 2019 […], de las cuales la mayor contribución se debe a las actividades de generación de energía eléctrica con 23.3%, seguida por el autotransporte con 18.5% y ganadería de bovinos con 13.2% […]”. Las absorciones de CO₂ fueron de 201.94 millones de toneladas, por lo que las emisiones netas se estimaron en 534.66 MtCO₂e.

Para el IICA (2020) […] en la LGCC y en las Contribuciones Nacionales Determinadas (CND) propone reducir para el 2030, 22% de las emisiones de GEI y 51% de carbono negro […]”, para el sector agropecuario el compromiso fue reducir las emisiones en 8% y cero deforestación al 2030.

Los autores Alatorre, J. E. y Fernández, I. (2022), señalaron en este caso, que “Los impactos climáticos en el sector agropecuario se asocian fundamentalmente a los aumentos de la temperatura, los cambios en los patrones de precipitación y disponibilidad de agua y a la presencia anómala de eventos extremos, así como a la mayor concentración de CO2 en la atmósfera. La estimación de los impactos debe tener en consideración que la producción o el rendimiento del sector agropecuario también depende de la combinación de la tecnología, el uso de fertilizantes y pesticidas, la irrigación, el suelo, entre otros factores”.

Por lo que, según Miranda, M. I. (s/a) “[…] una ganadería sostenible, es un conjunto de sistemas enfocados en la producción pecuaria, basados en buenas prácticas para mejorar la productividad, sin afectar los ecosistemas, cuidando las materias primas y los recursos naturales utilizados en la producción. Se trata de una visión y oportunidad para mejorar la productividad y competitividad ganadera, con menor impacto en los recursos naturales, el uso de buenas prácticas y la conservación de recursos, comunidades y unidades de producción, para asegurar la demanda de alimentos con el paso de los años”.

Alternativas

El IICA (2020), propone cuatro estrategias de recuperación de los recursos naturales, “[…] 1) uso, conservación y recuperación del suelo y agua agrícolas; 2) adaptación y mitigación al CC para el manejo integral de riesgos; 3) aprovechamiento sustentable de recursos biológicos y genéticos; y 4) sistemas de producción sustentables […]”

Según la SEMARNAT (2024) “Las Áreas Naturales Protegidas son la herramienta más efectiva para conservar los ecosistemas. En este contexto, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), con el apoyo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), ha decretado 44 Áreas Naturales Protegidas (ANP) en esta administración que suman en total 226 y que junto con las 581 Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación (ADVC) en 28 estados, abarcan una superficie de 95 millones de hectáreas bajo protección federal”.

Una de las alternativas que se presentan para mejorar la utilización de los recursos naturales por la ganadería en lo que se denomina Sistemas Silvopastoriles, los cuales consisten, según, el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria CEDRSSA (2020) en el empleo de “… tecnologías que incluyen, cultivar leguminosas en los potreros, tanto herbáceas, como arbustivas y árboles; utilizar plantas nativas para alimentar el ganado, conservar forrajes, usar cercas vivas, emplear insumos biológicos (biofertilizantes y bioplaguicidas); y criar razas rústicas bajo condiciones edafoclimáticas difíciles”.

Enseguida completa la propuesta con el siguiente planteamiento “El mantener árboles cercanos a las fuentes de agua, reduce la velocidad del viento y provee sombra, lo cual disminuye la pérdida por evaporación, mantiene fresca el agua y protege al ganado contra el estrés calórico” (CEDRSSA, 2020).

Para la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA, 2006), una política hídrica debe tomar en cuenta desde el inicio la incidencia en la reducción de la demanda, en vez de continuar con un enfoque de incremento en la oferta. Los abrevaderos en la ganadería siguen siendo alternativas adecuadas para el almacenamiento del agua, su limitante es que dependen de la precipitación; los pozos son otra alternativa, la cual podría gestionarse con el uso de sistemas fotovoltaicos para extraer el agua, el problema es la inversión y la recuperación del capital invertido. La SEMARNAT (2018) afirma que las cuencas hidrológicas son cavidades naturales en las que se acumula agua de lluvia, circulan hacia una corriente principal y finalmente llegan a un punto común de salida. Una región hidrológica está conformada por una o varias cuencas hidrológicas.

En los espacios de la ganadería intensiva (establos, corrales de engorda, granjas avícolas y porcícolas) se podría utilizar un sistema de captación del agua de lluvia (ollas), almacenamiento y uso para sus necesidades de limpieza, reciclaje y tratamiento, reutilización y potabilización de aguas tratadas y residuales, sistemas de ahorradores de agua para consumo animal (SIPA, 2024)[9].

Los biodigestores están siendo utilizados con más frecuencia, su uso a partir del estiércol de los porcinos u otro material orgánico; puede producir, a través de la fermentación, biogás útil para generar energía eléctrica.

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La gestión del sobrepastoreo se puede realizar con el cálculo adecuado de la carga animal, para evitar la depredación del suelo y permitir la recuperación de los pastos. Una forma de incidir en este problema es calcular adecuadamente la carga animal, es decir, la superficie necesaria para sostener una Unidad Animal (UA) por un año sin deterioro de los recursos naturales (coeficiente de agostadero); la SEMARNAT (2020), expuso a nivel nacional un mínimo de 4.84/Ha/UA/año y un máximo de 35.22/Ha/UA/año; además, debe incluir buenas prácticas en una rotación de potreros.

La manera más racional del uso racional y eficiente de los recursos naturales, lo constituyen las herramientas económicas y administrativas, para elaborar modelos aplicables a las UPP en forma particular. Generar información interna y externa de la UPP, planeación, organización, integración, dirección y control, y como ejes transversales a estos elementos se debe considerar al menos, tres principios económicos (toma de decisiones, costo de oportunidad y mejoramiento del nivel de vida). Con la información económica y técnica obtenida del proceso productivo, se pueden construir dos tipos de indicadores o parámetros (económicos y productivos)[10], para medir el nivel de productividad y tomar las decisiones pertinentes que mejoren el proceso productivo.

Los indicadores económicos, podrían ser, por lo menos: a) eficiencia económica (producir al menor costo; es la relación entre la producción obtenida, expresada en litros, kilogramos, etc. y los recursos utilizados, expresados en forma monetaria); b) eficacia económica (cumplir con las metas programadas); c) optimización (mejor uso de los recursos, buenas prácticas de producción). Indicadores directamente relacionados con la productividad; y los indicadores técnicos productivos: a) relación entre el uso de la tierra (hectáreas) y la producción obtenida (litros, kilogramos, etc.), también conocida como carga animal o coeficiente de agostadero (número de hectáreas por unidad animal, UA)[11]; b) intervalo entre partos; c) edad al destete; d) porcentaje de puesta de huevo/gallina/día; e) índice de conversión de alimento, entre otros.

Sin duda, los índices o parámetros productivos en la ganadería son extensos y propios de cada especie animal, el control administrativo pretende construir estos parámetros para encontrar aquél óptimo en la unidad de producción, una vez que se pueda hacer una referencia comparativa con el promedio regional.

Para transitar hacia una economía sostenible, entendido como un modelo socioeconómico que busca un equilibrio entre el desarrollo económico, el cuidado del medio ambiente y el desarrollo social; con base en acciones y decisiones que apoyan el crecimiento económico a largo plazo, pero que también para proteger los elementos sociales, culturales y medioambientales.

Conclusiones

La utilización de herramientas económicas y administrativas, sustentadas en los cuatros pilares de la producción animal: bienestar animal, nutrición, reproducción y sanidad animal, orientarán las acciones hacia elevar la productividad y generar las condiciones de un desarrollo sostenible.

La gestión ganadera implica, por lo tanto, la utilización de los conocimientos en materias como la economía y la administración; toda vez que la definición y objeto de estudio de la economía se enfoca en administrar los recursos disponibles (escasos) para satisfacer las necesidades humanas (ilimitadas); en analizar las decisiones y las acciones de los productores, empresas y gobiernos para tomar decisiones relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios (Sevilla, A., 2016).

El modelo productivista en la ganadería ha provocado un doble efecto ecológico: el “efecto de extracción” se produce con el consumo que la ganadería hace de los recursos naturales (agua, cubierta vegetal y suelos) y agrícolas (gramíneas, leguminosas y oleaginosas) y el “efecto de adición” cuando genera desechos líquidos, sólidos y gaseosos; desechos naturales (estiércol, orina, pluma, pelo) o químicos (residuos de desinfectantes, insecticidas, detergentes).

Para ello, se afirma que la sostenibilidad de los procesos productivos se basa principalmente en la evolución del sistema económico; es decir, del cambio del paradigma de crecimiento económico actual; con la utilización de la administración racional de los recursos.

Transitar de un modelo productivista a uno que utilice racionalmente, que respete y proteja los recursos naturales, implica tres cuestiones: a) políticas públicas ganaderas claras, precisas y ubicadas en cada región ganadera, acompañadas de políticas ambientales; b) sistemas de financiamiento para transitar de un modelo productivista a un modelo sostenible ganadero; c) difusión a los productores, a través de sus organizaciones, de la importancia de aplicar un modelo económico administrativo, con información interna y externa para lograr el propósito de generar los indicadores económicos y técnicos.

Ya lo planteó la CEPAL (2016), para el logro de los ODS, de la Agenda 2030, se debe promover un cambio de modelo y estilo de desarrollo e implementación de políticas económicas, ambientales, mejoramiento de los niveles de productividad sostenibles, entre otros.

Es, por lo tanto, importante la utilización de los principios de la Bioeconomía (reutilizar-reparar -reciclar); es decir, utilizar los criterios y fundamentos de la economía sostenible para cambiar el sistema de producción lineal (comprar-usar-tirar).

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[1] La génesis del concepto de desarrollo sostenible proviene de la Comisión Brundtland, constituida por la Asamblea General en 1983. Su informe, “Nuestro Futuro Común” (1987) presentaba el término “desarrollo sostenible” como el desarrollo que permite satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro de satisfacer sus propias necesidades, y buscaba atender tanto las demandas por una agenda de protección del medio ambiente como las de asegurar el desarrollo de los países con menor nivel de desarrollo. Por tanto, se requería la integración de las políticas ambientales y las estrategias de desarrollo (en sus componentes económico y social). Esta condición llevó al tratamiento, a lo largo del tiempo, de “tres dimensiones” o “tres pilares” del desarrollo sostenible: el económico, el social y el ambiental (CEPAL, s/a).

[2] La macroeconomía, tratar de dar respuesta a situaciones de magnitud global como los indicadores relacionados con el PIB, desempleo, tipo de cambio, balanza de pagos. La microeconomía, trata de dar respuesta a situaciones de una magnitud más reducida (consumidores, empresas, trabajadores, inversiones (Coll, F., 2024); empleando, en las unidades productivas los elementos de la función productiva (relación funcional producción e insumos): trabajo, capital, insumos, costos de producción, utilidad marginal, costo marginal, rendimientos constantes, crecientes y decrecientes; producto medio y marginal, ingresos, sustitución de factores y productos; oferta y demanda, mercados.

[3] La degradación de los suelos implica la reducción de su complejidad biológica, de su capacidad para producir bienes económicos y de llevar a cabo funciones de regulación directamente relacionadas con el bienestar humano, como son la productividad agrícola y el mantenimiento de la calidad del agua y el aire (SEMARNAT, 2017).

[4] Los ciclos biogeoquímicos son la circulación de elementos químicos entre los seres vivos y el ambiente que los rodea mediante procesos como el transporte, la producción y la descomposición (ciclo del agua, ciclo del oxígeno, ciclo del carbono, entre otros (Ondarse, D. 2024. Disponible en: https://concepto.de/ciclos-biogeoquimicos/).

[5] Porcentajes obtenidos con información del SIAP (2024). En la producción de carne en canal se incluyeron las correspondientes a bovino, porcino, ovino, caprino, ave y guajolote; en el caso de la leche correspondió a bovino y caprino. De igual forma, se procedió para estimar el valor de la producción.

[6] En el año de 2015, la Auditoría Superior de la Federación realizó la evaluación 1582-DE y publicó el documento “Política pública ganadera” (s/a); cuyo objetivo fue “[…] evaluar la política pública en términos de su diseño, implementación y resultados, a efecto de determinar su pertinencia para atender el problema que le dio origen y la efectividad de sus acciones para cumplir con los objetivos relativos a fomentar el incremento de la productividad sustentable del sector […]”

[7] La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), creada en 1992, es el organismo de la ONU encargado de establecer las bases para la acción internacional conjunta en cuanto a mitigación y adaptación al cambio climático. Los países que integran la Convención (también llamados “estados parte”), se obligan a controlar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) mediante la instrumentación de políticas y medidas de mitigación y la aplicación de nuevas tecnologías económica y socialmente beneficiosas, entre otros factores (México ante el cambio climático (s/a).

[8] MTCO2e (toneladas métricas) unidad de medida de las emisiones de carbono, es una medida estándar que tiene en cuenta múltiples gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso; todas las emisiones de gases de efecto invernadero se convierten en la cantidad de dióxido de carbono que provocaría un calentamiento equivalente (AWS, s/a, consultado en https://docs.aws.amazon.com/es_es/awsaccountbilling/latest/aboutv2/ccft-overview.html).

[9] Información obtenida en el Simposio Internacional de Proteína Animal (SIPA), celebrado en la ciudad de Guadalajara, Jal. los días 14 y 15 de noviembre de 2024, organizado por BM Editores.

[10] Los indicadores de productividad son herramientas utilizadas en la gestión de las organizaciones y empresas, con el fin de evaluar el rendimiento y la eficiencia de los procesos productivos. Básicamente, sirven para medir la cantidad de recursos que utilizan las empresas para generar un producto o servicio en particular. Los parámetros reproductivos son indicadores del desempeño del hato, obtenidos cuando los eventos reproductivos han sido registrados adecuadamente (Oliveira, W., 2017).

[11] Una UA es una vaca adulta de 450 kg con su cría, la cual consume al día aproximadamente el 3% de su peso en materia seca (MS) (Beltrán, S. y Loredo, C., 2005).

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