Posibles Medidas de Mitigación
Daniel Mota-Rojas
Adolfo Álvarez-Macías
Fabio Napolitano†
Patricia Mora-Medina
Emilio Sabia
Marcelo Daniel Ghezzi
Alfredo M.F. Pereira
Aldo Bertoni
P. Ravi Kanth Reddy
INTRODUCCIÓN
Las actividades ganaderas en el mundo se encuentran en una encrucijada, pues mantienen el reto de seguir aumentando la oferta de alimentos, dado que en el presente siglo la población mundial mantiene su tasa de crecimiento con un promedio anual de 1.14%, llegando en 2019 a 7’673.34 millones de habitantes (UN, 2020), de los cuales 690 millones de personas (9%) padecen hambre (FAO, IFAD, UNICEF, WFP, WHO, 2020). Es decir, el sector pecuario mantiene el reto de aumentar su eficiencia, ofreciendo mayor volumen de productos a precios accesibles, sin embargo, debe disminuir la huella ecológica que a la fecha se le atribuye el segundo lugar de contribución a la generación del cambio climático (CC) y que en el futuro se puede develar insostenible.
En este contexto y durante lo que va de este siglo, la ganadería ha tenido que incrementar su capacidad de respuesta, ya que, por citar algunos ejemplos, la producción de carne ha progresado de manera considerable al pasar de 233.4 millones de toneladas en el año 2000 a 342.4 millones de toneladas en 2018, es decir, un aumento de 46.7 por ciento en 18 años. Un desempeño similar se detecta en los registros de la producción de leche, que avanzó de 579.5 a 843 millones de toneladas en el mismo lapso, es decir, un incremento del 45.5 por ciento. Estos importantes incrementos en la producción se han obtenido gracias a la incorporación de tecnología y a la intensificación de los sistemas productivos, especialmente en los destinados a la obtención de carne (de cerdo, aves y vacuno, que suman alrededor del 90 por ciento de la oferta mundial), de leche y huevo (FAO, 2020a).
En 2015, los 193 Estados Miembros de las Naciones Unidas adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), se espera que oriente las acciones de desarrollo de los gobiernos, las agencias internacionales, la sociedad civil y otras instituciones durante los próximos 15 años (2016-2030). La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas se han convertido en los objetivos de desarrollo universalmente respaldados, aceptados y aplicables a todos los países. Integran las tres dimensiones del desarrollo sostenible – económica, social y medioambiental – dependen mutuamente y forman un “todo indivisible”.
Las principales contribuciones potenciales de la ganadería, tanto positivas como negativas, al logro de los ODS pertenecen a los siguientes tres ámbitos principales: 1) seguridad alimentaria y medios de vida; 2) salud humana (enfermedades transmisibles y no transmisibles) y 3) sostenibilidad de los ecosistemas y cambio climático. Se practican diferentes formas de producción ganadera en todo el mundo, cada una con su perfil de impacto específico en los tres dominios (Chará et al., 2019). Sin embargo, junto con los avances en la producción agropecuaria, la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) como consecuencia de la fermentación entérica, debida primordialmente por los rumiantes, alcanzó en 2017 las 2,100.1 millones de toneladas de GEI, que equivalen al 39 por ciento del total del sector agropecuario, que correspondieron a un 16 por ciento adicional de los volúmenes registrados en el año 2000 (FAO, 2020b). A nivel mundial, la ganadería produce cerca del 18% de las emisiones totales de GEI medidas en términos de CO2 equivalente y como se observa en la figura 1, las regiones que más aportan a las emisiones de GEI son Asia y Latinoamérica (FAO, 2019).
La ganadería se describe como uno de los principales factores responsables del CC (Gerber et al., 2013), aunque ahora hay pruebas que refutan varias de estas afirmaciones, ésta y otras publicaciones generaron tal grado de incomodidad con sus afirmaciones, que alentaron la investigación científica del tema y los esfuerzos para refutar sus conclusiones (Glatzle, 2014; Gerber et al., 2014). Uno de los problemas hallados es que los datos a menudo se refieren a un solo sistema y esto puede ser engañoso (Tarazona et al., 2020). Steinfeld et al. (2006) y muchas otras publicaciones utilizaron principalmente datos del sistema de feed lot (engorde a corral) para referirse a los impactos en el CC y la sustentabilidad del ambiente provocada por la producción de carne.
La producción de carne realizada en el sistema feed lot es perjudicial para la conservación y el uso de agua, provoca mayor emisión de GEI, que los sistemas extensivos de engorde a pasto, con pasturas fertilizadas y con sistemas semiintensivos silvopastoriles. Esta, la última, es una forma de agrosilvicultura que típicamente integra la producción de plantas en tres niveles, incluyendo pastos mejorados, arbustos forrajeros de alta densidad con hojas comestibles y árboles maderables, frutales o palmeras, que también pueden tener hojas comestibles (Tarazona et al., 2017). El ganado bovino es el que más contribuye a las emisiones de GEI de la producción ganadera con aproximadamente 4,6 gigatoneladas de CO2-eq, lo que constituyen el 65% del total.
Las aves de corral, los cerdos, los pequeños rumiantes y los búfalos tienen niveles de emisión más bajos, y cada uno contribuye entre el 7 y el 10% de las emisiones de GEI. Se debe considerar también que las emisiones GEI de los rumiantes silvestres pueden ser incluso más altas que las de los rumiantes domésticos porque han sido seleccionados durante generaciones por su eficiencia (Sarkwa et al., 2016). Además, la ganadería está incidiendo en el CC por las descargas de heces que contaminan a los integrantes del ambiente, tales como la atmósfera, los suelos y fuentes de agua. También genera otros efectos indirectos, al incidir en la deforestación de amplias superficies en aras de transformarlas en áreas de pastoreo y con cultivos forrajeros, como la soya transgénica y su dependencia del glifosato, herbicida con amplias repercusiones sobre los suelos, así como sobre la biodiversidad vegetal y animal, entre otros efectos (Hegland et al., 2009; Rivera y Ortíz, 2017).
En contraste, el CC obstruye cada vez más en el desarrollo ganadero, dado que el aumento de la temperatura, el cambio de las corrientes de vientos y la alteración de los ciclos hidrológicos condicionan la producción de forrajes, la disponibilidad de agua, el desarrollo de los semovientes, la proliferación de las enfermedades del ganado, la biodiversidad e, incluso, los mecanismos de distribución de alimentos, entre otras secuelas (Rojas-Dowing et al., 2017; Mora-Medina et al., 2019). El término de Cambio Climático (CC) fue adoptado por la Convención de las Naciones Unidas como la modificación de las variables del clima (temperatura, precipitaciones y vientos, entre otros), provocados directa o indirectamente por la liberación de los GEI procedentes de las actividades antropogénicas (UN, 1992).
Esta teoría que defiende que el cambio climático se debe a causas antropogénicas basada en los intercambios de energía calorífica sol-tierra, recibe el nombre de “calentamiento global por efecto invernadero”, y está apoyada por organismos internacionales como la UN (IPCC, 2019). Sin embargo, no hay demasiadas revisiones sistemáticas mundiales sobre cómo el sector ganadero se ve afectado y se adapta al cambio climático. Algunas revisiones han documentado los impactos del cambio climático en la productividad del ganado (Herrero et al., 2015; Nardone et al., 2010; Rojas-Downing et al., 2017) y en los medios de vida de las personas en las regiones en desarrollo (Rust y Rust, 2013; Thornton et al. 2009; Herrero et al., 2016).
Investigaciones previas también han estudiado el impacto del ganado sobre el cambio climático, considerando las frecuencias más altas de fenómenos meteorológicos extremos, como las sequías (Leister et al., 2015), inundaciones y olas de calor (Morignat et al., 2014), así como variaciones en las precipitaciones y la temperatura (Polley et al., 2013). En el Protocolo de Kioto del año 1997, se enlistó como GEI a los siguientes: dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O), hidrofluorocarbonos (HFC), hidrocarburos perfluorados (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6), aunque existen otros gases contaminantes, se han catalogado como menos relevantes (Espíndola y Valderrama, 2012).
En este marco, el objetivo del presente artículo consistió en examinar las principales repercusiones de la ganadería sobre el CC, qué desafíos plantea el CC al desarrollo ganadero, así como las estrategias que se han formulado para favorecer la adaptación de la ganadería al CC y las estrategias que pueden mitigar sus efectos negativos sobre el planeta. Dichas temáticas guiaron la revisión bibliográfica en que se sustenta este escrito, priorizando documentos científicos e informes de organismos internacionales, enfatizando en los más actuales.
RETOS Y CONTRIBUCIÓN DE LA PRODUCCIÓN PECUARIA MUNDIAL
Se espera que la población mundial aumente en 2.000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando de los casi 7.700 millones actuales a 9.700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico de cerca de 11.000 millones para 2100a, lo que implicaría también enormes esfuerzos productivos para cubrir la demanda de los alimentos que este fenómeno desencadenaría principalmente en los de origen animal. De hecho, los productos pecuarios registran una importante contribución para la seguridad alimentaria mundial, dado que contribuyen significativamente al consumo mundial de kilocalorías (17%) y con el 33% de proteína.
Además, la actividad pecuaria aporta a los medios de subsistencia de mil millones de individuos de la población más pobre del mundo y brindan empleo a cerca de 1.100 millones de personas (FAO, 2020a). De esta manera, persiste la creciente demanda de productos pecuarios, y su rápido crecimiento en los países en desarrollo, lo que forma parte de la denominada revolución ganadera (Rojas-Downing et al., 2017). En este sentido, la FAOSTAT (Base de Datos Estadísticos Corporativos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO por sus siglas en inglés) reportó que en 2018 había 1.900 millones de unidades de ganado (UGM) en el mundo, que comprendían 965 millones de ganado vacuno; 242 millones de cerdos; 237 millones de aves; 226 millones de ovejas y cabras. Cabe destacar que desde 1990, las existencias de ganado vacuno, búfalos, ovejas, cabras y cerdos han aumentado en un 16%, mientras que el número de pollos se ha duplicado (FAO, 2020a).
Sin embargo, aun con este inventario ganadero, se ha observado una insuficiente capacidad de las actividades pecuarias para satisfacer la demanda potencial de alimentos en el mundo. Al respecto, en julio de 2020 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), publicaron las perspectivas alimentarias para el período 2020-2029, valorando que la producción ganadera mundial podría crecer en un 14%, gracias a que han proyectado que los precios de los piensos y de productos finales tendrán un comportamiento estable.
La carne de ave de corral seguiría destacando como el producto con mayor crecimiento y representaría aproximadamente la mitad del incremento previsto en la producción total de carne, debido a sus ganancias en productividad que han venido generando un puñado de empresas en el mundo. En síntesis, la ganadería ha demostrado capacidad para seguir creciendo y tendría que hacerlo a tasas mayores para cubrir una demanda creciente, pero al menos con dos restricciones mayores: 1) incrementar rendimientos sin aumentar la huella ambiental; 2) que su desarrollo va a estar condicionado por un contexto climático progresivamente más adverso.
CONTRASTES DE LOS MODELOS DE PRODUCCIÓN PECUARIA
Los sistemas de producción se organizan en una gran gama de combinaciones de recursos, entre los que destacan: tierra, animales, capital (que incluye tecnología) hasta las formas de gestión, siempre condicionados por el entorno a través de las variables climáticas, pasando por el desempeño de mercados de insumos y productos, como de políticas oficiales, entre otros factores. Reconociendo las dinámicas tan variadas que se pueden observar, a continuación, se proponen elementos de un análisis contrastando entre dos tipos de modelos productivos extremos, que se han observado en diferentes latitudes y que se proponen a partir de variables que interesan en el presente análisis.
En el Cuadro 1 se observa, por un lado, los sistemas intensivos (SI) en gran escala que predominan en bovinos carne y leche especializados, porcinos y aves, principalmente. Por otro lado, se ubicaron los sistemas familiares, extensivos o de traspatio (SFET), con propósitos múltiples, regidos más por las necesidades inmediatas de las familias productoras que por optimizar su eficiencia y rentabilidad. En los primeros predominan superficies amplias, con una parte para producción de forraje y otra para las instalaciones, que suelen tener condiciones controladas para los animales en cuanto a temperatura, humedad y limpieza; una parte de estas unidades productivas suelen utilizar terrenos exiguos, por estar en naves prácticamente industriales, como es común en los sistemas especializados de aves y porcinos.
En contraparte, las unidades familiares tienden a disponer de superficies reducidas, donde se combinan la agricultura y ganadería y algunas tierras de agostadero de mediana a baja calidad. Por ende, las instalaciones y equipos suelen ser los básicos, a menudo fabricados con los recursos de los productores y, por lo general, con muchos años en funcionamiento (Hoffmann, 2010).
Si bien el SI o industrial es minoritario en cuanto a la extensión, ofrece cifras de producción e impacto, tanto en el medio productivo como en toda la cadena agroalimentaria, que le conceden un valor primordial. El ganado se encuentra confinado bajo condiciones ambientales extremas. Además, los animales son seleccionados y modificados genéticamente para obtener mayor productividad. Es decir, la producción se halla adaptada a las exigencias del mercado y es mucho más rentable que el modelo extensivo debido a la explotación intensiva del territorio.
Sin embargo, el consumo de recursos es desproporcionado al tener que contar con insumos especiales y desde el punto de vista ambiental, el modelo industrial es extremadamente contaminante debido a que concentra una gran cantidad de animales en un espacio reducido de terreno (Genis Godino, 2020). En los SI priman los conocimientos especializados, con fundamento científico y razas reconocidas internacionalmente, mientras que, en los SFET, se basan en conocimientos tradicionales, derivados de las experiencias propias y de sus ancestros, con razas locales, que generalmente favorecen la flexibilidad productiva y, por ende, pueden orientarse a varios propósitos, principalmente cría, carne y leche a la vez.
Por tanto, en los SI se suelen registrar altos niveles de inversión por unidad animal (UA) y productividades también elevadas que contrastan con los de los SFET. En los SI generalmente se cuenta con dietas balanceadas, de precisión para optimizar el rendimiento animal mientras que en los SFET se aprovechan residuos agrícolas y agroindustriales, más orientados a mantener al ganado que a favorecer su máximo rendimiento. Las discordancias también se aprecian en el manejo sanitario y de la bioseguridad, ya que en los más intensivos se invierte en manejos integrales y preventivos, con medidas de bioseguridad crecientes, sobre todo cuando sus productos se dirigen a mercados especializados y/o de exportación.
Por su parte, en los familiares se suele intervenir para remediar malestares, enfermedades o los bajos rendimientos e impactos, mientras que las medidas de bioseguridad están limitadas o ausentes (Hoffmann, 2010; Bertoni et al., 2020). Lo anterior permite comprender los niveles de degradación y/o contaminación del suelo, de la vegetación y atmósfera que se provocan en ambos casos, destacando por el lado de los intensivos su alto impacto, dado el elevado nivel de insumos que absorbe, especialmente de agua y alimento animal, así como la enorme descarga que propician, como se detallará en apartados ulteriores.
Las unidades familiares suelen generar impactos moderados, por su pequeña escala, así como por la baja dosis de insumos por unidad animal, aunque se han distinguido por su escasa capacidad para regenerar recursos, especialmente en sistemas extensivos y en zonas áridas y semiáridas, en donde predominan áreas con escasa densidad de vegetación.
Por las formas de producir, resulta evidente que los SI, a menudo con ambientes controlados, son menos sensibles a las temperaturas extremas, tormentas y vientos descontrolados que han derivado del cambio climático, aunque las descargas que provocan son altamente contaminantes. Como es lógico suponer, los sistemas familiares generalmente sí padecen directamente estos efectos que suelen traducirse en reducidos niveles de confort animal y bajas productividades, lo que se puede acentuar con los crecientes efectos del CC.
EFECTOS DE LA GANADERÍA SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO
Se ha estimado que, del total de superficie dedicada a las actividades agropecuarias en el mundo, aproximadamente el 38,5% se dedica a productos agrícolas para alimentación humana, mientras que las de cultivo forrajero, praderas permanentes y pastos, representan el 68,4% del total (Kumari et al., 2019). En esa medida, los impactos de la ganadería destacan sobre los que provocan otras actividades del sector primario. Las actividades pecuarias afectan las condiciones climáticas mediante la producción de forrajes y alimentos balanceados, la propia cría de animales, el estiércol y el procesamiento y transporte de insumos y productos.
La producción de recursos forrajeros y el estiércol (Figura 2), emiten CO2, óxido nitroso (N2O) y metano (CH4), siendo este último el principal causante de la elevación de ozono en la tropósfera (O3), que a su vez es el tercer protagonista de los GEI. Entre los gases que se emiten en menor concentración, sin dejar de ser importantes, destacan el óxido nitroso (N2O) y el carbón negro (hollín negro) (Hansen et al., 2007). Se calcula que el 23% del total de las emisiones antropogénicas anuales de GEI a nivel mundial (2007 a 2016) proviene de las actividades agropecuarias, la silvicultura y otros usos de la tierra (IPCC, 2019). En otro estudio se ha estimado que el ganado incide con el 14,5% del total de emisiones de GEI (Gerber et al., 2013).
De acuerdo a las proyecciones de producción agropecuaria, se ha previsto un crecimiento de las emisiones directas de GEI del 6% para 2030 en comparación con el nivel actual. La ganadería representaría el 80% de ese incremento. Geográficamente, se prevé que la mayor parte del aumento de las emisiones directas se originaría en las regiones emergentes y de ingresos bajos, debido a un mayor crecimiento de la producción derivada de los sistemas productivos más contaminantes, dada la menor disponibilidad de tecnologías limpias y los bajos recursos financieros disponibles para implementarlas (OCDE-FAO, 2020).
Al respecto, un estudio muy ambicioso desde el punto de vista metodológico y que considera tanto la escala mundial como el conjunto de las cadenas de productos pecuarios, de Uwizeye et al. (2020), presenta resultados relevantes, algunos de los cuales se sintetizan en los siguientes párrafos. De manera general, muestran que las cadenas de suministro de ganado contribuyeron con alrededor de 65TgNyr- 1 en el mundo y las emisiones de N inducidas por el hombre en 2010, fueron en forma de NO3 − (29TgNyr- 1), NH3 (26TgNyr-1), NOx (8TgNyr-1) y N2O (2TgNyr-1).
Estas emisiones representaron alrededor del 39% de las emisiones antropogénicas de NO3- liberados a las aguas superficiales y subterráneas, el 60% del total las emisiones de NH3, el 23% de las emisiones de NOx y el 32% de las emisiones de N2O a nivel mundial. El grueso de las emisiones de N se origina en la producción de piensos y en el manejo del estiércol. La producción del alimento animal libera alrededor de 44TgNyr-1, en particular a través del estiércol depositado en las áreas de pastizales, el esparcimiento del mismo y la aplicación de fertilizantes sintéticos en las tierras de cultivo. El manejo del estiércol en la producción animal es la segunda fuente principal de emisiones de N, con ~20TgNyr-1, el cual es perdido por volatilización, lixiviación de N y el que se utiliza para producir energía. Las emisiones de N derivadas del procesamiento industrial de alimentos de origen animal son reducidas comparativamente (~1TgNyr-1).
El sector pecuario también contribuye a los flujos mundiales de N a través de la aplicación de fertilizante de N sintético y estiércol en tierras de cultivo y pastizales, el manejo y acumulación de estiércol, y el transporte de productos ricos en N, como alimentos balanceados y alimentos. Estos desarrollos han cambiado el patrón de N atmosférico como el óxido nitroso (N2O), un potente gas de efecto invernadero, así como el amoníaco (NH3) y los óxidos de nitrógeno (NOx), que contribuyen a la contaminación del aire y que plantean riesgos para la salud humana y propician procesos de eutrofización y acidificación. Las emisiones de nitratos (NO3-) y N orgánico, dos fuentes comunes de contaminación del agua y de pérdida biodiversidad, también han aumentado significativamente (Uwizeye et al., 2020).
La mayoría de las emisiones de N tienen lugar en las regiones del Asia meridional (23TgNyr-1), Asia oriental y sudoriental (18TgNyr-1) y América Latina y el Caribe (7TgNyr-1), dado el alto inventario animal que se mantiene asociado y los sistemas de rumiantes en pastoreo como los de monogástricos en traspatio. En Asia meridional, las grandes poblaciones de búfalos y ganado vacuno convencional de baja productividad son responsables del 87% de las emisiones de N del ganado de la región. En la mayoría de los países de Asia Oriental, los altos niveles de NH3, N2O y NO3 – se explican por la concentración geográfica de animales en granjas de gran escala (cerdos, pollos y animales mixtos industriales, así como ganado lechero) y las unidades porcinas de traspatio que están vinculadas con la eliminación no regulada de estiércol y con altas niveles de utilización de fertilizantes sintéticos.
Estos sistemas producen más estiércol del que se puede reciclar en el área agrícola circundante, además que se insume fertilizante sintético simultáneamente, lo que amplifica las altas emisiones de GEI por unidad de área (Uwizeye et al., 2020). En América Latina, América del Norte y el Caribe, los sistemas de producción de ganado de carne y de productos lácteos con vacunos son responsables del 72% de las emisiones de N. En esta gran región, principalmente en América Latina y el Caribe, las elevadas emisiones de N por hectárea de tierra utilizada para la producción de piensos están relacionadas con las cadenas de suministro de cerdos y pollos de traspatio, que dependen principalmente de los desperdicios agrícolas y agroindustriales, así como de la búsqueda de alimento, ya que generalmente disponen de reducidas dimensiones de tierra (Uwizeye et al., 2020).
Finalmente, también es relevante considerar las emisiones de N incorporadas que proceden de la comercialización internacional de productos ganaderos (ya sea en forma de piensos comercializados o de alimentos de origen animal), que ascienden a ~5.5TgNyr-1 (8% del total de las emisiones). Estas son impulsadas por el volumen de los productos básicos comercializados internacionalmente y las emisiones de N generadas por unidad de producto obtenida en los países exportadores. La mayoría de estas emisiones se producen en cinco países exportadores donde se obtienen los insumos para la alimentación animal, los cuales se han expandido gracias a la disponibilidad de tierra (aunque a menudo a costa de importantes áreas forestales y selváticas), de bajas demandas de fertilizantes sintéticos, mecanización y energía, que son: Estados Unidos (21%), Australia (13%), India (12%), Brasil (12%) y Argentina (7%) (Uwizeye et al., 2020).
Respecto a la expansión en las superficies de pastizales y las dedicadas a los cultivos forrajeros, que ocupan antiguas áreas de bosques y selvas, se han multiplicado por seis desde 1800 y abarcaron aproximadamente 35 millones de km2 en el año 2000 (Rojas-Downing et al., 2017), lo que sin duda permite dimensionar las afectaciones expuestas previamente. También O’Mara (2011) comparó la energía bruta derivada de la producción de leche y carne de rumiantes en el 2005, con la emisión de CH4 por fermentación entérica y la dividió por regiones a nivel mundial. Observó que las regiones más eficientes, es decir, en donde la energía bruta (46.3%) superó la emisión de metano (25.5%) fueron Europa Oriental y Occidental, América del Norte y la antigua Unión Soviética no europea.
En contraste, las regiones menos eficientes fueron Asia, África y América Latina, donde ha sido mayor la emisión promedio de CH4 (69%) que la energía bruta derivada de leche y carne de rumiantes (47.1%). En ese contexto y estableciendo un inventario de GEI global en el sistema de producción en el estudio realizado por Sabia et al. (2018), se compararon los sistemas extensivos e intensivos de búfalos de agua. En ambos se evaluó la generación de metano entérico y se adicionaron todas las actividades conexas como electricidad, uso de combustible, producción de alimentos y manejo de estiércol, dando como resultado que los sistemas extensivos generaron 35.7% menos dióxido de carbono que los intensivos. Cabe enfatizar en el descomunal aumento de los desechos de la ganadería, que han alterado los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno, carbono y fósforo, lo que se ha concatenado para agravar la crisis ambiental del planeta.
Lo anterior se ha acentuado por la alta proporción de metano liberado a la atmósfera debido al mal manejo del estiércol. En este rubro, las excretas de los cerdos ocupan el primer lugar en emisiones de metano (8.38 millones de toneladas por año), seguidos de los bovinos (7.49 millones de toneladas por año), las aves de corral (0.97 millones de toneladas por año), los búfalos (0.34 millones de toneladas por año) y al final las cabras y ovejas (0.34 millones de toneladas por año) (FAO, 2006; O´Mara, 2011). En cuanto a los residuos agropecuarios, la aplicación de ciertos niveles de estiércol en tierras de cultivo proporciona un beneficio ecológico al depositar nutrientes como nitrógeno y fósforo en el sustrato; el nitrógeno del estiércol se encuentra principalmente en forma de amoniaco y las plantas lo usan como uno de sus nutrientes predilectos (Miner et al., 2000).
El problema es que los niveles de absorción de esos nutrientes por parte de los cultivos se han rebasado y están derivando en contaminación de los sustratos y, por ello, se acentúa su degradación por la acumulación de estiércol. Si se mantiene la tendencia de acumular altas concentraciones de nutrientes (nitrógeno, fósforo) como de microorganismos patógenos (E. coli), antibióticos, y compuestos químicos que interactúan con el sistema endócrino (hormonas esteroidales, fitoestrógenos, plaguicidas y herbicidas) aumentará el daño al ser consumidos tanto por la población humana como por el inventario animal (Powers, 2009).
La sobrecarga de nutrientes en el suelo derivada de los sistemas pecuarios intensivos y extensivos también ocasiona su infiltración por escurrimiento y lixiviación que termina contaminando las aguas superficiales y subterráneas (Miner et al., 2000). Además, las excretas bovinas frescas esparcidas en áreas de cultivo contienen concentraciones de nitrógeno en forma de nitratos y nitritos, y la acumulación de estos compuestos oxidados en el cultivo también tiene la capacidad de intoxicar al ganado (Nicholson et al., 2005).
Al respecto, se tiene el ejemplo de los desechos de la producción avícola y porcina que se aplican como fertilizantes del suelo o se descargan en aguas superficiales (lagos, lagunas, humedales) como desecho, ya sea en zonas cercanas a las granjas e, incluso, a grandes distancias, lo que puede generar zonas acuáticas muertas (Silbergeld, 2019), ya que el exceso de abono en la superficie de estos cuerpos de agua genera vegetación acuática que colapsa la vida prexistente y, además, imposibilitan el aprovechamiento de este vital líquido. En este mismo sentido, se ha estimado que las excretas en la producción avícola provocan un alto impacto ambiental, ya que contienen gran cantidad de nitrógeno derivado del alto contenido proteico de su dieta, saturando los procesos de nitrificación y desnitrificación (Von Bobrutzki et al., 2011).
En este caso, las excretas avícolas, de forma similar que los residuos agrícolas incorporados como fertilizantes, elevan la concentración de las emisiones de amoniaco (NH3), óxido nitroso (N2O) y otros gases reactivos. Por otro lado, no se puede obviar que la alta densidad de ganado por unidad de superficie también provoca la compactación del suelo que, por un lado, inhibe la circulación de agua y nutrientes, así como la recarga de los mantos freáticos y, por otro, dificulta la germinación y rebrote de los vegetales, especialmente de las plantas útiles, incluidas las mismas forrajeras. Asimismo, cuando los ganaderos no tienen la previsión de estimar adecuadamente las cargas animales es recurrente observar sobrecargas y se provoca la eliminación de la cobertura vegetal; dejando parte del suelo desnudo, por lo que se elevan los efectos erosivos por acción del viento y del agua.
Estas repercusiones son visibles en todo tipo de ecosistemas, pero especialmente en las zonas áridas y semiáridas donde la vegetación es exigua y los suelos altamente erosionables (De la Orden et al., 2005). Una de las secuelas asociadas con concentraciones excesivas de nitrógeno es la contaminación del agua potable por nitratos y la eutrofización de los cuerpos de agua superficiales (Leinonen y Kyriazakis, 2016), altamente perjudiciales para las poblaciones acuícolas. Como se explicaba, el exceso de nitrógeno provoca que las plantas y otros organismos acuáticos crezcan en abundancia al tiempo que consumen gran cantidad del oxígeno disuelto y aportan materia orgánica (fango) en abundancia, ocasionando cambios en su coloración y olor por exceso de CO2 y e insuficiencia de O2, lo que también ocasiona serios problemas sanitarios.
En síntesis, los efectos de la ganadería sobre el ambiente son multidimensionales, con repercusiones profundas, aunque todavía no son totalmente visibles para una gran cantidad de actores sociales en el corto plazo, por lo que existe la necesidad de seguir documentado estos efectos y, a la vez, inducir la toma de decisiones y acciones de la manera más oportuna posible, para mitigar y, en su caso, restaurar los distintos recursos afectados.
REPERCUSIONES DEL CAMBIO CLIMÁTICO SOBRE LA GANADERÍA
El cambio climático es un factor que viene afectando al dinámico desarrollo ganadero, empero, sus secuelas se aprecian lentamente. Ante necesidades cada vez más acuciantes, como el intento de satisfacer el aumento de la demanda de productos pecuarios, el CC aún no está del todo en el radar de la comunidad que estudia la ganadería. Sin embargo, cada vez es más claro que aumentará la necesidad de una producción ganadera eficiente en cuanto al aprovechamiento de los recursos y, por tanto, puede propiciar la intensificación de las tendencias actuales, con una dicotomía cada vez más evidente entre el ganado destinado a la subsistencia de pequeños propietarios y pastores y el especializado, orientado al comercio interno y a la exportación.
Los efectos directos del cambio climático sobre la ganadería dependen del sistema de producción e instalaciones, lo que puede traducirse en un efecto amortiguador para las razas de alto rendimiento en sistemas confinados y para todos aquellos ganaderos que puedan sufragar las inversiones que suponen este tipo de instalaciones, con desventajas inherentes para los productores de pequeña escala (Hoffmann, 2010). Por el contrario, los animales que se desarrollan en condiciones medioambientales variables tienden a padecer estrés térmico al percibir oscilaciones en las temperaturas y para afrontar estos cambios experimentan modificaciones fisiológicas y de comportamiento, que en la mayoría de los casos se manifiestan en alteraciones de los requerimientos de nutrientes, siendo el agua y la energía los más trastornados, especialmente cuando el ganado vive en ambientes con temperaturas que desbordan los límites de su rango de confort térmico (Rubio et al., 2017).
De esta manera, el CC afecta el bienestar y la productividad animal debido a la acción de factores ambientales que influyen en el comportamiento animal. En cuanto a los cambios de temperatura y su impacto en el comportamiento y en la salud, en los búfalos de agua, por mencionar sólo una especie y sus repercusiones, producción que viene en auge por su triple propósito productivo (carne, leche, trabajo) es muy sensible a este factor. Se menciona que cuando los termorreceptores centrales y periféricos de este animal detectan un aumento de temperatura ambiental, desencadenan los cambios fisiológicos y de comportamiento que cursan generalmente con la inmersión en zonas inundables o pantanos y la búsqueda de sombra debido a que su organismo es ineficiente por sí mismo, para lidiar con la termorregulación ante el cambio climático.
Al realizar el intercambio calórico con la humedad del pantano, tiende a estabilizar su temperatura corporal por disipación del calor, mediante contacto directo (Guerrero-Legarreta et al., 2019; Mota-Rojas et al., 2020); sin embargo, este elemento de confort, frecuentemente es descuidado por los productores al no proporcionarles pozas de lodo (Sevegnani et al., 2016), lo cual provoca disminución en la productividad, y alteraciones en los aspectos reproductivos, como el apareamiento con semen constituido por espermatozoides con menor motilidad; además, compromete la interacción social, al incrementarse las reacciones negativas de agresión hacia sus conespecíficos; predispone a la presencia de enfermedades como efecto secundario de la elevación de los niveles de cortisol por estrés calórico y lo hace más susceptible a las parasitosis externas (Mota-Rojas et al., 2020).
Mota-Rojas et al. (2020), usando la técnica de termografía infrarroja mostraron que la diferencia de temperatura corporal puede ser entre 3.4 a 3.6°C menor en búfalos con trazas de lodo en las regiones ventrales y dorsales, respectivamente, en comparación con búfalos mantenidos bajo los rayos solares directos. Hallazgo que pone en evidencia el impacto del cambio climático en esta especie. Sin embargo, es difícil mantener fosas de lodo, cuando el cambio climático impacta en los factores ambientales como una elevación tanto en temperatura como en humedad (Sevegnani et al., 2016).
Por otro lado, evaporación del agua es constante tanto en las fosas, como en la humedad de los suelos con pérdida de forrajes, lo que disminuye aún más el confort en esta especie animal. Por otro lado, en países subtropicales y tropicales, donde la ganadería vacuna está más adaptada a temperaturas elevadas gracias a los cruzamientos entre razas de Bos taurus e indicus, la reducción de la disponibilidad de agua debido a la disminución o modificación del régimen de lluvias y/o el alargamiento de la temporada seca perturba severamente su bienestar y productividad. Una especie afectada a niveles críticos es la porcina, ya que en los climas cálidos rápidamente alcanzan los límites soportables de temperatura (Rubio et al., 2017).
En efecto, el cambio climático puede exacerbar los procesos de degradación de la tierra (nivel de confianza alto), por ejemplo, a través de aumentos en la intensidad de la lluvia, las inundaciones, la frecuencia y severidad de la sequía, la sobrecarga térmica, los períodos de sequía, el viento, el nivel del mar, la acción de las olas y el deshielo del permafrost, que complican la gestión de los sistemas ganaderos (IPCC, 2019).
Un ejemplo de esta dinámica se aprecia en la alternancia de períodos con aumento de precipitación pluvial y otros en los que se reduce drásticamente, provocando en los climas húmedos daños a los cultivos por efecto de las inundaciones, la erosión y salinización del suelo (Cline, 2007); en los ecosistemas áridos y semiáridos, por efectos de las sequías y el calor excesivo se limita el crecimiento y rendimiento de los pastos y cultivos forrajeros, así como mayores ataques de plagas y enfermedades (Doering et al., 2002); y la presencia de incendios forestales que dañan el equilibrio ecológico con la consiguiente pérdida de la biodiversidad de vegetación y de la microbiota del suelo (Swingland, 2001), añadiendo GEI a la atmósfera y perjudicando notablemente a la producción ganadera.
La presencia de estos eventos es específica y variada de una región a otra, pero hasta ahora todo indica que los países del sur y los que se ubican en torno al ecuador sobresalen entre los más perturbados (Altieri y Nicholls, 2009). Además de los efectos fisiológicos de los animales por la elevación de las temperaturas, es probable que las consecuencias del cambio climático incluyan un mayor riesgo para las poblaciones de razas poco habituadas y restringidas geográficamente, dado que están menos preparadas para sobrellevar extremos climáticos y la escasez de instalaciones y su inadecuado manejo tampoco ayudan a paliar dichos efectos.
Las repercusiones indirectas pueden producirse a través de cambios en los ecosistemas que alteren la distribución de las enfermedades animales o afecten al suministro de alimentos. Para contrarrestar lo anterior, es necesario ajustar los objetivos de crianza para tener en cuenta el aumento de las temperaturas, la disminución de la calidad de la dieta y el incremento de las enfermedades. Las especies y razas bien adaptadas a esas condiciones podrían ser las más utilizadas. Las estrategias de mitigación del cambio climático, junto con la creciente demanda de alimentos, también pueden influir en la utilización de las razas y las especies, impulsando un cambio hacia los monogástricos y las razas que son eficientes en la conversión de alimentos en carne, leche y huevo. Esto puede propiciar que se descuide el potencial de adaptación de las razas locales en los países en desarrollo (Hoffmann, 2010).
El estrés térmico suprime el apetito y la ingesta de alimentos, por lo que las raciones para animales de alto rendimiento deben reformularse para enriquecer la concentración de nutrientes. Las temperaturas corporales superiores a 45 a 47°C son letales para la mayoría de las especies y se prevé que la temperatura crezca en todo el mundo y que se reduzcan las precipitaciones en muchas regiones (Hoffmann, 2010). Además, con el aumento de la producción de leche en el ganado lechero, las tasas de crecimiento y la delgadez en los cerdos y en las aves de corral, la producción de calor metabólico estaría aumentado y, en esa medida, se debilitaría la capacidad de tolerar temperaturas elevadas (Hansen et al., 2007).
Cabe agregar que la mayoría de las razas locales no están bien caracterizadas y su adaptación incluye no sólo la tolerancia al calor, sino también su capacidad para sobrevivir, crecer y reproducirse en presencia de una mala nutrición (al menos estacional), así como de un mayor número y variedad de parásitos y enfermedades. Las razas adaptadas a estas zonas secas muy posiblemente se verán más afectadas por la degradación de los recursos naturales y la escasez de alimentos vinculada al cambio climático que por los cambios de temperatura o precipitaciones en sí (Hoffmann, 2010). Además, el cambio climático puede perturbar la distribución espacial de los brotes de enfermedades, así como su calendario e intensidad (Haque, 2018).
En ese sentido, también desempeñan un papel relevante la fisiología del rumen, la capacidad de caminar y alcanzar los escasos recursos alimenticios y de ingerir agua y rehidratarse, así como la posibilidad de responder con un pastoreo nocturno incrementado, dadas las altas temperaturas del día. Por ello, la relación entre las reservas energéticas, los parámetros endocrinos y el rendimiento reproductivo de cada raza requiere de atención adicional (Li, 2020). Se pueden utilizar diversas tecnologías para hacer frente a los efectos de las olas de calor de corta duración, como la colocación de sombreaderos o la aspersión para reducir las cargas de calor excesivas (Marcillac- Embertson et al., 2009; Mota-Rojas et al., 2019).
El acceso a estas tecnologías y al capital requerido para ello determinará la capacidad de los productores para proteger sus rebaños del estrés fisiológico del cambio climático. Los sistemas de producción ganadera intensiva tienen un mayor potencial de adaptación mediante la innovación tecnológica, lo que puede reducir su sensibilidad al cambio climático y permitir que se mantengan las razas de alto rendimiento (Adams et al., 1998). La adopción generalizada de estas tecnologías dependerá también de la disponibilidad y los precios de la energía y el agua. El interrogante es ¿cuánto tiempo podrá mantenerse el entorno productivo de las razas de alto rendimiento ante eventuales aumentos de los precios de los piensos, la energía y el agua? (Hoffmann, 2010).
Sin embargo, Seo y Mendelsohn (2010) han valorado que los efectos del CC sobre los dos tipos de ganadería expuestos en el apartado 3 de este documento, y han determinado que los sistemas de producción en pequeña escala que predominan en los países en vías de desarrollo son más resistentes al CC gracias a la mayor diversidad de especies, a la facilidad con la que pueden cambiar las especies que producen o, al menos, diversificarlas. También debe considerarse que se enfocan en mayor medida en pequeños rumiantes como caprinos y ovinos.
Por el contrario, las sistemas especializados e intensivos tienen menos versatilidad para modificar su orientación productiva, dado lo específico de sus equipos e instalaciones para producir leche o carne de vacuno, e inclusive los de otras especies como aves y porcinos, lo que puede implicar mayor vulnerabilidad. Mención especial merecen los animales con hábitos ramoneadores, que pueden generar ventajas para alimentarse en condiciones adversas, al acceder a diferentes estratos de la vegetación (herbáceo, arbustivo y arbóreo), algunos de los cuales conservan forraje verde durante la estación seca.
En esa medida los animales pueden mantener su condición corporal y, por ende, su rendimiento productivo (Hoffmann, 2010). Finalmente, también se han detectado sustancias químicas contaminantes, tal es el caso de los residuos de fármacos y de hormonas de uso veterinario en los cuerpos de agua. La descarga directa de estos residuos en aguas superficiales o por escurrimientos desde suelos abonados con excretas animales, son los promotores principales de este tipo de polución (Davis et al., 2006). Los fármacos antimicrobianos, por ejemplo, pueden perturbar los ecosistemas al generar resistencia en microorganismos presentes en el suelo y agua, de tal forma que indirectamente generan escasez de recursos forrajeros (Boxall et al., 2004; Kümmerer, 2004).
En suma, las perturbaciones que el CC viene creado al desarrollo ganadero ya son relevantes y obligan a los diferentes actores, en especial a los ganaderos, a tomar medidas preventivas y, a la vez, acciones que mitiguen la huella ecológica de su ganado, dado que sus efectos se están revirtiendo contra sus propias posibilidades de crecimiento futuro.
POSIBLES MEDIDAS DE MITIGACIÓN DEL CAMBIO CLIMÁTICO DESDE LA PERSPECTIVA DE LA GANADERÍA
En la actualidad se detectan diferentes trabajos destinados a generar alternativas para regular las emisiones de GEI a través de protocolos internacionales; de igual forma se está indagando a profundidad sobre los procesos que inciden en el deterioro de la calidad de aire y, finalmente, para evitar la cadena de sucesos con impacto ambiental provocados por el deficiente y/o excesivo aprovechamiento de los recursos esenciales para la producción animal (Gerber et al., 2013; Tullo et al., 2019). El consumo de forraje de buena calidad, especialmente en cuanto a su digestibilidad, reduciría las emisiones de GEI provenientes de la fermentación ruminal (y del estiércol almacenado), cuando se miden en relación con la unidad de producto animal.
Estas prácticas son altamente recomendables, por ejemplo, las emisiones de CH4 entérico se pueden disminuir cuando en la dieta el maíz ensilado sustituye a los pastos ensilados. De igual forma, las leguminosas ensiladas pueden tener una ventaja sobre los pastos ensilados debido a su menor contenido de fibra y al beneficio adicional de reducir o eliminar los fertilizantes nitrogenados inorgánicos. La introducción de leguminosas en las praderas de gramíneas de las regiones cálidas puede ofrecer una posibilidad de mitigación, aunque es necesario más investigación sobre los desafíos asociados a los aspectos agronómicos y a las emisiones comparativas de N2O con los niveles de producción equivalentes obtenidos con fertilizantes nitrogenados (Hristov et al., 2013).
La mejora de la gestión de los pastos (por ejemplo, la restauración de la materia orgánica del suelo, la reducción de la erosión, la disminución de las pérdidas de biomasa resultantes de la quema y el sobrepastoreo) tiene efectos medioambientales positivos (secuestro de C del suelo y conservación de la biodiversidad vegetal, por ejemplo) y un impacto favorable en la productividad del ganado (Smith et al., 2007). El pastoreo restrictivo, en los momentos en que las condiciones para la formación de N2O sean más favorables, es una estrategia que coadyuva a distribuir más uniformemente la orina en el suelo y optimizar la aplicación de fertilizantes y, por lo tanto, es una opción para la disminución del N2O producido por los rumiantes en pastoreo.
Los cultivos de cobertura pueden aumentar la absorción de nitrógeno de las plantas y disminuir la acumulación de nitrato, reduciendo de esta manera las emisiones de N2O del suelo, aunque los resultados no han sido del todo concluyentes. El suministro de proteína en cantidades cercanas a los requerimientos del animal, incluida la concentración proteica correspondiente a las fases de lactancia y de destete, también es recomendado como una práctica eficaz para la disminución de las emisiones de amoníaco y de N2O provenientes del estiércol (Hristov et al., 2013). Dentro del ganado en estabulación, el tipo de sistema de recolección y de almacenamiento del estiércol, la separación de sólidos y líquidos en su procesamiento, son prácticas que pueden tener impactos significativos en las emisiones de amoníaco y de los GEI provenientes de las instalaciones en donde se crían los animales.
Los digestores anaeróbicos de igual modo representan una medida de mitigación recomendada para el CH4, además, generan energía renovable y ofrecen oportunidades para el saneamiento en los países en desarrollo, pero su efecto en las emisiones de N2O todavía no es claro. La reducción de la concentración de nitrógeno en el estiércol, la prevención de la formación de condiciones anaeróbicas y la reducción de la entrada de carbono degradable en el estiércol, son estrategias eficaces para la reducción de los GEI provenientes del estiércol aplicado al suelo (Hristov et al., 2013). Entre las estrategias para mitigar las emisiones de CH4 también se ha propuesto elevar el rendimiento por unidad animal en aras de reducir el inventario de rumiantes.
Para ello, puede ser útil orientar las estrategias de mejoramiento genético a partir del desarrollo de razas y cruzas menos metanogénicas y manipular la dietética-nutricional para reducir la actividad de los microorganismos ruminales productores de metano; esta última parece ser una alternativa de alto potencial y de relativa simplicidad y factibilidad (Ramírez et al., 2014). La manipulación nutricional para suprimir la metanogénesis (Reyes-Muro, 2011) incluye el uso de forrajes de alta calidad, alta proporción de granos en la dieta y uso de aditivos, entre otros (Bonilla y Lemus, 2012; Haque, 2018). Para abonar al aumento de la eficiencia de los animales también se puede optar por una mejora en su manejo y de su salud, extendiendo consecuentemente su vida productiva y mejorando las tasas de reproducción, con lo cual también se limitaría el número de individuos en mantenimiento y menos esfuerzo en la generación de reemplazos (González et al., 2015).
La manipulación dietética puede reducir la emisión de CH4 hasta en 40%, dependiendo del grado de cambio y la naturaleza de la intervención (Benchar et al., 2001). Otro estudio también indicó que las emisiones de CH4 pueden reducirse hasta un 75% mediante una mejor nutrición (Haque, 2018) y una mayor capacidad de degradación en función de la morfofisiología animal (Li, 2011). Debido a las diferencias en la calidad de los alimentos, las mejoras en la productividad de los rumiantes alimentados con pastos en los trópicos darán lugar a mayores reducciones relativas de CH4 que en los rumiantes que pastan en praderas más digeribles (McCrabb y Hunter 1999).
Por ello, es necesario afinar las tácticas de desarrollo y las posibles sinergias entre la cría de plantas y animales (FAO, 2010). Para la producción pecuaria, Álvarez (2014) menciona que algunas de las estrategias básicas de adaptación de la producción animal al cambio climático podrían ser: la introducción de cambios en el manejo, las tecnologías y la infraestructura, por ejemplo, regulando cargas animales y recurriendo oportunamente a siembras, resiembras, rotaciones de potreros y otras prácticas para minimizar los riesgos de erosión del suelo y favorecer la estabilidad de la cubierta vegetal y su biodiversidad (Leip et al., 2015), así como estrategias para asegurar reservas forrajeras en las épocas críticas.
También resulta vital reforzar las estrategias de vigilancia y respuesta rápida frente a las amenazas para la sanidad animal y vegetal, aumentar la disponibilidad, en cantidad y calidad, de agua para el ganado, utilizando genotipos de mayor resistencia a los impactos como la sequía y la mayor presión de los vectores de enfermedades, mejorar la distribución de las áreas de sombra y de abrigo para el ganado, adoptando en donde sea factible sistemas silvopastoriles (Lin, 2007).
Estas medidas pueden, además de alentar la absorción de nutrientes, optimizar la productividad de cada animal y su fertilidad, así como reducir las emisiones entéricas por unidad de producto, sin embargo, deben valorarse las emisiones procedentes de otros eslabones de la cadena alimentaria (Elliot et al., 2014), que como se ha documentado previamente también son relevantes.
Otra medida paliativa reside en el mejoramiento genético, a través de la selección de animales eficientes en el consumo de alimento y se puede esperar que produzcan menos CH4 por unidad de producto respecto al promedio de la población en un nivel de producción similar (Reyes-Muro et al., 2011).
De hecho, las instancias de mejoramiento y reproducción se centran cada vez más en seleccionar animales eficientes y más robustos; animales que consistentemente son susceptibles de aumentar su producción con menor cantidad de alimento y con reducida susceptibilidad a las enfermedades (Elliot et al., 2014). Este mejoramiento genético también tiene futuro en vegetales, para generar variedades de forrajes resistentes a la sequía, salinidad, a las plagas, y enfermedades, entre otras que también representarían una respuesta al cambio climático o, al menos, para sobrellevar la agudización del mismo (Hristov et al., 2013).
Dada la posibilidad de que en el futuro se produzcan cambios significativos en las condiciones y en los objetivos de la producción ganadera, es esencial que se garantice el valor que aporta la diversidad genética animal. Para ello es necesario caracterizar mejor las razas, los entornos de producción y los conocimientos asociados; elaborar inventarios de razas más completos; mejorar los mecanismos de seguimiento y respuesta a las amenazas a la diversidad genética; adoptar medidas de conservación in situ y ex situ más eficaces; poner en marcha programas de mejora genética orientados a los rasgos adaptativos de las razas de alto rendimiento y a los rasgos de rendimiento de las razas adaptadas localmente; aumentar el apoyo a los países en desarrollo en la gestión de sus recursos genéticos animales; y ampliar el acceso a los recursos genéticos y a los conocimientos asociados (Hoffmann, 2010).
Aunque es probable que los efectos directos del cambio climático sobre los animales sean escasos mientras el aumento de la temperatura no supere de 2 a 3°C (Puliafito et al., 2020), las proyecciones sugieren que será necesaria una mayor selección de razas con un control termorregulador eficaz. Esto exige la inclusión de rasgos asociados a la tolerancia térmica en los índices de cría, así como una mayor consideración de las interacciones genotipo-ambiente (G-E) para identificar a los animales más adaptados a condiciones específicas (Hoffmann, 2010). La mayoría de los sistemas de producción ganadera dependen de especies originalmente domesticadas en otros lugares y de razas desarrolladas en otros países y regiones, lo que hace que la mayoría de los países sean muy interdependientes en cuanto a los recursos genéticos animales.
El cambio climático, especialmente en el futuro, aumentará la necesidad de mantener un amplio acceso a los recursos genéticos animales en aras de preservar o mejorar los estatus de seguridad alimentaria. La mayoría de las razas de alto rendimiento se seleccionan para los requisitos de los mercados y sistemas de producción de los países desarrollados. Si no se apoya la caracterización, la cría y la conservación de las razas en los países en desarrollo, aumentará la brecha entre los que tienen y los que no tienen acceso a la ciencia (Hoffmann, 2010). La contaminación del agua a causa de la industria pecuaria está por demás probada. Por ello, es menester que las excretas se gestionen de acuerdo a normatividades pertinentes y actualizadas para evitar la contaminación del suelo y las aguas cercanas de las granjas o en las áreas vecinas a éstas.
Sin embargo, también se observan regiones del mundo en donde la regulación y vigilancia gubernamental concerniente al uso y manejo de las excretas animales es escasa y/o confusa y sólo se especifican ciertas normas sobre las descargas de contaminantes al agua, pero se ha omitido la trascendencia de las emisiones a la atmósfera y al suelo, como se ha revelado en varios países latinoamericanos (Pinos-Rodríguez et al., 2012).
Además de lo anterior, Rojas-Downing et al. (2017), en un intento por salvaguardar las condiciones de la producción pecuaria y su sostenibilidad en aras de elevar la oferta de proteína animal para la población humana, proponen otras medidas complementarias: evaluaciones en la aplicación tanto de las medidas de adaptación, como de mitigación que se puedan ajustar a las condiciones de cada región y de cada tipo de sistema producción pecuario, así como el diseño de políticas que incentiven y faciliten la implementación de medidas de adaptación y mitigación al cambio climático.
En suma, el CC ha condicionado el desarrollo pecuario y, además, esto se puede acentuar en el futuro, si no se toman las medidas necesarias para favorecer la adaptación de las especies vegetales y animales e incentivar la adopción de medidas de mitigación, como las que se han expuesto en este documento.
CONCLUSIONES
El sector pecuario mundial se encuentra ante retos impostergables, dado que su modelo de desarrollo ha estado marcado por dinámicas que comprometen su trayectoria futura, entre las que destacan:
1) El crecimiento acelerado en los últimos decenios;
2) El desarrollo bimodal, dado que por un lado existe un notable proceso de intensificación con alta incorporación de tecnología y elevado consumo de recursos naturales y, por otro, sistemas en pequeña escala con bajo nivel de inversión y con reducida capacidad para regenerar los recursos naturales;
3) La trascendental contribución a la seguridad alimentaria mundial;
4) Alta responsabilidad en el CC, principalmente por su importante contribución en los GEI antropogénicos y la contaminación de suelos y agua, así como en la eliminación de la vegetación primaria;
5) La fragilidad productiva ante los efectos crecientes del CC que limitan su potencial de desarrollo;
6) La insuficiente normatividad que regule el impacto de las actividades pecuarias afectando al CC y;
7) Adquirir consciencia de los peligros que implica la elevación de la temperatura del planeta;
8) Sensibilizar y comprometerse con los esfuerzo de mitigación en los años por venir, aunque la construcción de alternativas contundentes todavía se encuentra en una fase incipiente.
Es patente que la producción animal y el cambio climático mantienen una relación mutua, que se ha develado tanto íntima como compleja, la cual se ha venido estudiando cada vez con mayor decisión, aunque las estimaciones sobre los efectos no están cerca de ser concluyentes. En lo que sí existe consenso es en la dificultad progresiva que encontrará la ganadería para mantener o aumentar su ritmo de crecimiento en medio del calentamiento global, de la degradación de los recursos naturales y con altos volúmenes de desechos contaminantes.
Ante ello, se requiere implementar estrategias coordinadas en las escalas global y locales en todos los eslabones de las cadenas de producción animal, pues se deben cambiar de manera categórica los modelos de consumo e introducir prácticas sustentables en la actividad primaria e industrial, que surjan de las investigaciones científicas que puedan detectar nuevos equilibrios entre la producción pecuaria, el bienestar animal, donde se considera especialmente el consumo alimentario y la sustentabilidad ambiental.
Finalmente, es necesario reforzar legislaciones y normativas que regulen el manejo de excretas y la emisión de gases de efecto invernadero, así como asegurar el seguimiento de estas medidas legales para se apliquen con rigor y coadyuven efectivamente en la mitigación y restauración de los recursos naturales (agua, suelo y aire). Estas tareas se deben impulsar y adoptar con premura en diferentes ámbitos, desde centros de educación, investigación hasta los poderes públicos y privados, y debe comprender el cambio de hábitos de producción y consumo individuales y colectivos, para que estén a la altura de un reto que hasta ahora parece estar subestimado.
BIBLIOGRAFÍA
Para mayores detalles de éste y otros temas consulte de manera gratuita los 50 capítulos y más de 1600 páginas de la 5ta. edición del libro “El búfalo de agua en las Américas: comportamiento y productividad”. Editorial BM Editores. Mota-Rojas et al., (2024). https://www. researchgate.net/profile/Daniel-Mota-Rojas/publications
Artículo publicado en “Entorno Ganadero Agosto Septiembre 2024“