Optimización del bienestar animal a través del reconocimiento etológico del dolor: un negocio para el productor

Daniel Mota Rojas
Agustín Orihuela
Ana C. Strappini
Marcelo Ghezzi
Adriana Domínguez Oliva
Julio Martínez Burnes
Fabio Napolitano
Alexandra L. Whittaker

Introducción

El dolor constituye uno de los desafíos más relevantes y persistentes para el bienestar animal, afectando a individuos en contextos tan diversos como la compañía, la producción, la vida silvestre o la investigación. Este estado aversivo impacta de forma significativa los cinco dominios del bienestar (nutrición, ambiente, salud, comportamiento y estado mental), comprometiendo tanto la integridad fisiológica como emocional del individuo. Sin embargo, su diagnóstico sigue siendo un reto, ya que los animales no pueden verbalizar su sufrimiento, lo que obliga al uso de indicadores indirectos.

En este contexto, la etología se posiciona como una herramienta diagnóstica clave. La observación sistemática de cambios en el comportamiento -como alteraciones posturales, vocalizaciones anómalas, agresividad, disminución del acicalamiento o aislamiento social- permite inferir la presencia y la intensidad del dolor. Estas observaciones han dado origen a escalas multimodales específicas por especie, fundamentales para la evaluación clínica. Aun así, su aplicación sigue siendo limitada por la falta de capacitación profesional y la escasa incorporación de estas herramientas en la práctica cotidiana.

Desde una perspectiva aplicada a la producción animal, reducir el dolor no es solamente una obligación ética y científica, sino también una decisión estratégica económicamente rentable. Procedimientos rutinarios dolorosos como castraciones, descornes o partos distócicos generan comportamientos de evitación, reducción de la ingesta, inmovilidad y estrés, que afectan negativamente el desempeño zootécnico. El dolor activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal, genera estados catabólicos sostenidos y deteriora parámetros clave como la ganancia de peso, la eficiencia alimentaria, el rendimiento reproductivo y la calidad del canal.

Diversos estudios han demostrado que la implementación de protocolos analgésicos, el diseño ambiental enriquecido, y la capacitación del personal en reconocimiento del dolor no solo mejoran la vida de los animales, sino que acortan los tiempos de recuperación y mejoran la eficiencia del sistema productivo. Además, el bienestar animal se ha convertido en un atributo de valor en las cadenas agroalimentarias, abriendo el acceso a mercados diferenciados y fortaleciendo la sostenibilidad y reputación del productor.

Finalmente, una evaluación integral del dolor, basada tanto en indicadores etológicos como en tecnologías complementarias, permite una intervención temprana, mejora la toma de decisiones clínicas y garantiza un manejo más eficiente. Reducir el dolor, por tanto, no solo es lo correcto desde el punto de vista ético y científico: es también lo más rentable desde una perspectiva económica y social. Para preservar el bienestar animal, los veterinarios tienen la obligación ética de reconocer, manejar y prevenir el dolor (Livingston, 2010; Mota-Rojas et al., 2018), por ello, el objetivo del presente artículo es analizar los fundamentos neurobiológicos, fisiológicos y comportamentales del dolor en animales desde una perspectiva comparativa y etológica, destacando su repercusión sobre el bienestar animal. Los contenidos centrales de este artículo se basan en un trabajo previamente publicado en la revista Sociedades Rurales, Producción y Medio Ambiente (2024, Vol. 24, Núm. 48).

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El dolor y el bienestar animal

Uno de los principales desafíos al bienestar animal es la presencia de dolor debido a las prácticas potencialmente dolorosas a las que están expuestos los animales de compañía, de producción, de fauna silvestre y aquellos empleados en la investigación (Mota-Rojas et al., 2010; Guevara, 2008; Crook, 2014; Steagall et al., 2021; Grandin et al., 2023). Aunque se reconoce que el dolor afecta los cinco dominios del bienestar animal (nutrición, ambiente, salud, comportamiento y estado mental) (Wiese y Yaksh, 2009; Mota-Rojas et al., 2010; Mota-Rojas, 2013; Mota-Rojas, 2014), el reconocimiento del dolor en animales es un desafío debido a que éstos no pueden expresar verbalmente que están experimentando dolor (Otero, 2005; Bourne et al., 2014; Reyes-Sotelo et al., 2020; Mota-Rojas, 2017a,b; Mota-Rojas et al., 2021a,b). Por ello, el estudio del dolor se ha enfocado en establecer indicadores de dolor que incluyen cambios fisiológicos, endocrinos y de comportamiento (Loeser y Treede, 2008; Williams, 2016; Mota-Rojas y Ghezzi, 2017a,b).

Los cambios que se observan en los animales son resultado de las modificaciones que el organismo emplea para evitar la extensión del daño y promover la recuperación (Gaynor y Muir, 2015; Saberi Afshar et al., 2017). En este sentido, la etología juega un papel fundamental en el reconocimiento del dolor, ya que conocer el repertorio conductual normal de cada especie y reportar las alteraciones observadas durante ciertos síndromes dolorosos ha llevado a identificar comportamientos asociados al dolor (Fraser y Duncan, 1998; Mota-Rojas et al., 2016; Mota-Rojas et al., 2024a,b,c). Estos cambios en el comportamiento, como alteraciones en la postura corporal, vocalizaciones, atención constante a una herida, agresividad, alteración en el patrón de descanso, falta de acicalamiento, aislamiento social, entre otros, son indicadores que ayudar a establecer el grado de dolor (Mota-Rojas, 2013, 2014; Lamont et al., 2000; Mota-Rojas, 2017a,b; Mota-Rojas et al., 2021a,b).

Usando de base la etología de cada especie, se han diseñado escalas o etogramas caracterizando los cambios de comportamiento en cada animal (Prunier et al., 2013; Steagall et al., 2021; Mota-Rojas et al., 2024d,e,f). No obstante, el uso de estos etogramas aún es limitado ya que requiere de la preparación profesional de los médicos veterinarios, quienes a pesar de reconocer la existencia de escalas de dolor no siempre son aplicadas en un ámbito clínico (Mota-Rojas et al., 2016; Mota-Rojas et al., 2018). Evaluar el dolor a través del comportamiento permite que éste sea identificado de manera temprana para poder instalar protocolos de manejo y prevenir las consecuencias del dolor crónico en la salud y estado mental de los animales (Beswick et al., 2016; Alamrew y Fesseha, 2020; Mogil et al., 2020; Mota-Rojas et al., 2021c,d; Fischer-Tenhagen et al., 2022; Mota-Rojas et al., 2023b).

La etología es una herramienta fundamental para el reconocimiento del dolor en animales, ya que, a través de la observación de los cambios en el comportamiento, permite identificar signos evidentes de sufrimiento. No obstante, existen otras técnicas complementarias que enriquecen y mejoran significativamente la capacidad de diagnóstico del médico veterinario como las unidades de acción facial, la pupilometría y la termografía infrarroja que no deben dejarse de lado para un diagnóstico integral (Mota-Rojas, 2017a; Mota-Rojas y Ghezzi, 2017a, Mota-Rojas y Orihuela, 2019a,b; Mota-Rojas y Ghezzi, 2020; Mota-Rojas, 2021b; Mota-Rojas et al., 2024a).

Definición del dolor y su efecto en el bienestar animal

El dolor en animales se define como “una experiencia sensorial y emocional aversiva asociada a un daño real o potencial, implicando que el animal sea consciente de la lesión, lo cual genera reacciones protectoras motoras, fisiológicas y de comportamiento con el fin de reducir el daño y promover la recuperación” (Zimmermann, 1986; Molony y Kent, 1997; IASP, 2020; Carroll et al., 2023). Las actualizaciones en la definición de dolor realizadas por Raja et al. (2020) han incluido que “la inhabilidad para comunicar verbalmente el dolor no niega la posibilidad de que un animal no humano pueda experimentar dolor”. Esto es debido a que la comunicación oral es solo una de las múltiples vías por las cuales un individuo puede indicar que está percibiendo dolor (Rutherford, 2002; Sneddon et al., 2014; Raja et al., 2020).

Como lo menciona la definición, el dolor es un evento que genera alteraciones fisiológicas y de comportamiento, lo cual a largo plazo puede tener un efecto negativo en la nutrición, ambiente, salud, comportamiento y estado mental de los animales, es decir, sobre su bienestar (Costa et al., 2019; Reyes-Sotelo et al., 2020). La importancia de reconocer y tratar oportunamente el dolor agudo reside en detener el proceso inflamatorio, así como en prevenir procesos de hiperalgesia o de una reacción aumentada a estímulos dolorosos debido a una sensibilización neuronal (Steagall y Monteiro-Steagall, 2013; Steagall, 2017). En el caso del dolor crónico, se presentan cambios en la neuroplasticidad, lo que puede culminar en que los animales perciban dolor frente a estímulos que generalmente no son doloroso, condiciones que son difíciles de tratar una vez que se presentan y que disminuyen considerablemente el bienestar de los animales (Greene, 2010; Youn et al., 2017; Mota-Rojas et al., 2023).

El dolor también afecta la calidad de vida de los animales, sobre todo en aquellos con enfermedades que cursan con dolor crónico como osteoarticulares, neurodegenerativas y cáncer (Leung, 2015; Bell, 2018; Belshaw y Yeates, 2018; Mota-Rojas et al., 2023). Además de las afectaciones a nivel físico y fisiológico como el proceso inflamatorio, claudicación, anorexia y disminución de la actividad, alteraciones del sueño y movilidad (Yazbek y Fantoni, 2005; Belshaw et al., 2015; Roberts et al., 2021), el dolor altera el estado mental de los animales al limitarlos de las actividades que anteriormente disfrutaban o las cuales forman parte de su repertorio conductual (p. ej., pasear, jugar con sus propietarios, acicalarse, entre otros) (Mota-Rojas et al., 2016; Mota-Rojas et al., 2018). Esto puede traducirse en cambios emocionales negativos como frustración, ansiedad o aburrimiento (Jiménez-Yedra y Avendaño-Carrillo, 2008; Schneider et al., 2010; Reid et al., 2013; Belshaw y Yeates, 2018; Hiel-Bjorkman et al., 2018; Reid, 2018).

Los efectos que ocasiona el dolor se presentan en los animales de compañía, producción, fauna silvestre, y en aquellos que se emplean como modelos animales en la investigación. En animales de compañía se ha reportado agresividad o aislamiento, lo cual además afecta la interacción humano-animal (Mota-Rojas, 2013, 2014; Mota-Rojas et al., 2018; Hernández-Avalos et al., 2019). En animales de producción, el dolor prolonga el sufrimiento, induce distrés y esto repercute directamente en el rendimiento productivo, conllevando implicaciones económicas (Epstein et al., 2015; Gaynor y Muir, 2015; Ko, 2018; Grubb et al., 2020). Por otro lado, en animales de laboratorio, el dolor es parte de la controversia ética del uso de modelos animales y su presencia puede alterar los resultados de un proyecto experimental (Carbone et al., 2011; Jirkof, 2017; Domínguez-Oliva et al., 2022, 2023).

Debido a ello, los médicos veterinarios tienen la obligación ética y profesional de identificar y manejar el dolor para preservar el bienestar de las especies (Lvingston, 2010; Mota-Rojas et al., 2018; Mota-Rojas y Ghezzi, 2020). Para ello, se aplican diversos métodos para el reconocimiento y evaluación del dolor, entre los que destacan los cambios de comportamiento y variables fisiológicas de acuerdo con la especie.

El dolor no tratado

Comprender el dolor animal exige trascender las fronteras tradicionales de la fisiología para integrar una visión compleja, que articule la neurobiología, la conducta y la ética del cuidado veterinario. El dolor, en tanto fenómeno sensorial y emocional, altera profundamente la homeostasis del individuo, modulando no solo sus funciones vitales, sino también su manera de interactuar con el entorno y consigo mismo. Así, el dolor no es solo un signo: es una experiencia total que transforma al animal desde sus circuitos neuronales hasta su comportamiento observable.

Las evidencias acumuladas en las últimas décadas han desmontado el antropocentrismo que negaba la experiencia del dolor en animales no humanos por su incapacidad para verbalizarlo. Hoy, la ciencia reconoce que el silencio no implica ausencia de sufrimiento, y que cada especie posee un repertorio propio, pero inequívoco, para expresar su malestar. En este sentido, el dolor es también una cuestión de lenguaje: uno que debe ser interpretado por el clínico con agudeza etológica y empatía ética.

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El dolor no tratado -ya sea agudo o crónico- mina progresivamente el bienestar, deteriora la calidad de vida, compromete la salud mental del animal y erosiona su repertorio conductual. Este deterioro afecta no solo a los animales de compañía, sino también a aquellos utilizados en producción, investigación o conservación, todos ellos con capacidades neurofisiológicas para experimentar sufrimiento. Así, reconocer y tratar el dolor no es únicamente una medida terapéutica.

La medicina veterinaria moderna no puede concebirse sin una estrategia clara, actualizada y específica para el abordaje del dolor. En este camino, la identificación oportuna, el uso de escalas validadas, y la formación continua del profesional son pilares ineludibles. Solo mediante una práctica clínica comprometida con el alivio del dolor, será posible garantizar un bienestar real y sostenido en las especies animales bajo nuestro cuidado.

En definitiva, aliviar el dolor no es solo una responsabilidad clínica: es una expresión de respeto por la vida y por la sensibilidad que compartimos con cada ser sintiente.

Reconocimiento y evaluación del dolor en animales: importancia de la etología

Actualmente, el estudio del dolor es uno de los campos de investigación más importantes en medicina veterinaria. Esto se refleja en el interés de los clínicos por implementar herramientas para el reconocimiento del dolor en sus pacientes. En España se ha reportado que el 85% de los veterinarios buscan métodos para evaluar el dolor en clínicas (Menéndez et al., 2023). No obstante, estos porcentajes se igualan con la cantidad de veterinarios (entre un 32 y 58.3%) que reportan no poseer el conocimiento suficiente para reconocer el dolor en distintas especies (Hugonnard et al., 2004; Menéndez et al., 2023).

Para tratar el dolor, se requieren de herramientas que permitan reconocerlo de acuerdo con la especie a tratar (Mota-Rojas, 2021a,b,c). Las llamadas respuestas nocifensivas o aquellas que son derivadas de la percepción del dolor son el principal elemento que se emplea para evaluar el dolor en animales, en particular los cambios en el comportamiento (Mogil et al., 2020; Whittaker y Brown, 2023; Menéndez et al., 2023). En este sentido, la etología es la ciencia que se encarga de estudiar el comportamiento animal y es la base de los etogramas que actualmente existen para reconocer el dolor en animales domésticos, de fauna silvestre y laboratorio (Corke, 2019). Por ejemplo, entre los comportamientos que usualmente se reportan -indistintamente de la especie- están la atención o lamido frecuente a la zona lesionada, agresión, vocalizaciones o cambios en la postura corporal (Morton y Griffiths, 1985; Epstein et al., 2015; Gaynor y Muir, 2015; Stafford, 2007). Sin embargo, emplear los cambios en el comportamiento como un método para evaluar el dolor conlleva desafíos, particularmente porque los cambios dependen de la especie e inclusive entre individuos de la misma especie se observan alteraciones individuales. Esto es debido a que el dolor, por su naturaleza multimodal, puede ser influenciado por factores individuales como la experiencia previa (Katayama et al., 2019; Waller et al., 2022).

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La reducción del dolor en animales de producción representa un negocio para el productor

En el contexto actual de la producción animal, donde convergen la exigencia del mercado, la ética del consumidor y la sostenibilidad de los sistemas productivos, reducir el dolor en los animales no es solamente un imperativo ético y científico: es también una estrategia económicamente inteligente. En efecto, el manejo del dolor en animales de producción no debe contemplarse como un gasto adicional, sino como una inversión que potencia la eficiencia biológica, mejora la calidad de los productos y fortalece la reputación del productor ante un consumidor cada vez más informado y exigente.

Desde la etología aplicada, se ha demostrado que el dolor -ya sea por procedimientos rutinarios como castraciones, descornes, partos distócicos o afecciones dolorosas como la mastitis, la cojera o mordida de cola- induce comportamientos de evitación, reducción en la ingesta, inmovilidad o agresión, todos ellos indicadores de sufrimiento que comprometen la productividad. El dolor altera la homeostasis neuroendocrina, activa el eje HHA (hipotálamo-hipófisis-adrenal) y genera un estado catabólico sostenido, con repercusiones directas sobre la ganancia de peso, conversión alimenticia, calidad del canal y rendimiento reproductivo.

Estudios recientes han cuantificado estas pérdidas: animales que experimentan dolor crónico presentan menor eficiencia de crecimiento, mayor susceptibilidad a enfermedades y mayores tasas de desecho prematuro. En contraste, prácticas orientadas a la analgesia perioperatoria, al diseño ambiental enriquecido, al entrenamiento del personal en lectura de signos de dolor, o al uso racional de antiinflamatorios y anestésicos locales, han demostrado mejorar el bienestar, acortar los periodos de recuperación y traducirse en un retorno económico tangible.

Además, el bienestar animal -y por ende la reducción del dolor- se ha consolidado como un atributo de valor en las cadenas agroalimentarias. Programas de certificación, etiquetas de “producción responsable” y estándares internacionales, exigen cada vez más evidencia del manejo compasivo del dolor. En este sentido, el productor que invierte en bienestar no solo optimiza su sistema productivo, sino que accede a mercados premium, mejora su posicionamiento comercial y fortalece la sostenibilidad de su operación.

La ciencia veterinaria, en conjunto con la etología, ha dejado claro que el dolor no es un subproducto inevitable del proceso productivo, sino una variable modulable. Entenderlo como tal permite reconceptualizar el rol del productor moderno: ya no como un simple generador de materia prima, sino como un gestor activo del bienestar animal, la calidad del producto y la confianza del consumidor.

En suma, el manejo integral del dolor en animales de producción no es un lujo ni una concesión sentimentalista. Es una decisión estratégica, sustentada en evidencia científica, que mejora la vida de los animales, la eficiencia del sistema y la rentabilidad del negocio. Reducir el dolor no solo es lo correcto: es lo más rentable.

Reflexiones

El reconocimiento y la evaluación del dolor en animales no humanos representan uno de los retos más complejos, urgentes y éticamente significativos en la medicina veterinaria contemporánea. En este contexto, la etología -como ciencia que descifra el comportamiento en clave biológica, evolutiva y emocional- se erige no solo como una herramienta metodológica, sino como una lente fundamental para interpretar las manifestaciones del sufrimiento animal con precisión, empatía y rigor científico.

Desde una visión neuroetológica, el dolor no puede ser entendido únicamente como una respuesta sensorial a un estímulo nocivo, sino como una experiencia multimodal y dinámica, profundamente influenciada por el contexto ambiental, el estado emocional, las experiencias pasadas y la historia evolutiva de cada especie. Así, cada vocalización, cada gesto de evitación o cada conducta de acicalamiento compulsivo puede constituir un lenguaje expresivo de dolor, que demanda del clínico no solo habilidades técnicas, sino una sensibilidad interpretativa que solo la etología puede proveer.

El desarrollo y la implementación de etogramas específicos, validados para cada especie y condición clínica, son avances cruciales que permiten objetivar el dolor en poblaciones tradicionalmente subestimadas, como la fauna silvestre, los animales de laboratorio o los animales de granja o las mascotas. Sin embargo, el reto actual no radica únicamente en contar con herramientas, sino en formar profesionales capaces de aplicarlas con criterio, ética y compromiso. El hecho de que una proporción considerable de veterinarios reconozca no sentirse capacitada para identificar el dolor en sus pacientes revela la necesidad impostergable de integrar la etología clínica como eje transversal en la formación y práctica veterinaria.

Además, comprender el dolor desde una perspectiva neuroetológica nos obliga a reconocer que no hay respuestas universales, sino patrones individuales modulados por factores neurobiológicos como la plasticidad sináptica, la sensibilización central y la memoria del dolor, así como por variables psicológicas y sociales. Este enfoque exige un salto paradigmático: pasar de una visión mecanicista del dolor a una comprensión holística, donde el comportamiento es tanto un signo como síntesis de un estado emocional profundo.

Por ello, identificar, evaluar y tratar el dolor en animales no es solo una responsabilidad clínica, sino un imperativo ético y científico que define el nivel de civilización con que los humanos interactúan con otras especies. En última instancia, avanzar en el estudio del dolor animal desde la neuroetología, es avanzar en la construcción de una medicina veterinaria más compasiva, precisa y verdaderamente centrada en el bienestar integral de los seres que cuidamos para elevar su productividad o mejorar su calidad de vida.

Conclusiones

El dolor en animales constituye una experiencia compleja, multidimensional y profundamente individual, que integra componentes sensoriales, emocionales y comportamentales. Reconocer su existencia y manifestaciones en especies no humanas es un imperativo ético, científico y clínico, especialmente en el contexto del bienestar animal contemporáneo. Las actualizaciones recientes en la definición de dolor, promovidas por organismos internacionales como la IASP, validan la experiencia de dolor en animales no verbales, rompiendo con paradigmas antropocéntricos que limitaban su reconocimiento a la expresión verbal.

Desde una perspectiva etológica, el comportamiento emerge como una herramienta diagnóstica de primer orden en la identificación del dolor, particularmente en aquellos casos donde las variables fisiológicas pueden ser inespecíficas o alteradas por factores de estrés ambiental. Las escalas de reconocimiento del dolor específicos por especie, representan un recurso invaluable en medicina veterinaria, no solo para la evaluación clínica del dolor, sino también para el monitoreo longitudinal del bienestar en entornos experimentales, de producción y de manejo de fauna silvestre. Sin embargo, esta herramienta requiere de una interpretación cuidadosa, ya que la expresión comportamental del dolor puede estar modulada por factores como la especie, el temperamento, el historial de experiencias previas y la interacción con el entorno físico y social.

El dolor crónico, por su parte, representa un desafío clínico y ético aún mayor. Los mecanismos de sensibilización central, las alteraciones en la neuroplasticidad y la presencia de comorbilidades emocionales -como la ansiedad, el miedo o la frustración- complican su detección y tratamiento, y ponen de manifiesto la necesidad de un abordaje multidisciplinario. Estas condiciones subrayan la urgencia de implementar protocolos de evaluación continua, donde la observación del comportamiento y la evaluación del estado emocional juegan un rol determinante.

En animales de producción, el dolor no solo compromete el bienestar, sino que también incide negativamente en parámetros productivos y reproductivos, con consecuencias económicas relevantes para el ganadero. En animales de laboratorio, el dolor no controlado puede introducir sesgos significativos en los resultados experimentales, comprometiendo la validez científica y aumentando la controversia ética sobre el uso de modelos animales. En fauna silvestre, la dificultad para interpretar signos sutiles de dolor plantea retos adicionales para su bienestar bajo condiciones de cautiverio o rehabilitación.

En consecuencia, la práctica veterinaria debe integrar de forma sistemática herramientas algológicas y etológicas validadas, considerando siempre el contexto ecológico, fisiológico y emocional del animal. La capacitación continua del personal veterinario en la detección y manejo del dolor, junto con el desarrollo de escalas multidimensionales específicas por especie, representa una prioridad en el avance de una medicina veterinaria más compasiva, basada en evidencia y centrada en el bienestar animal.

Finalmente, comprender el dolor como un fenómeno biopsicosocial en los animales no humanos, y no únicamente como un reflejo fisiológico, es clave para avanzar hacia una ética del cuidado más robusta, que reconozca el sufrimiento como una dimensión crítica del bienestar animal positivo.

 

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