A poner orden

MVZ César Cornejo.

Me regresé caminando, le dije enfadado a mi madre antes que me reclamara llegar tarde o cualquier cosa.

El trayecto del Toreo de Cuatro Caminos a la colonia el Country era de escasos 1 0 kilómetros pero de subida!, por favor, añádale que fue entre la una y tres de la tarde regresando de la preparatoria y con esa hambre de bien cumplidos los 18 años, aparte del gasto de calorías en el crecimiento y en hormonas propias de la edad – que ahí se va la mayoría, ¿a poco no? – y a pesar de todo lo dicho, las dosis de comida en casa -¿debo decir ración? – eran muy similares, no obstante la diferencia de edades entre mis cinco hermanos menores y yo.

Ubiquémonos, estamos en 1982, gobierna el PRI, último año de José Abel Guillermo Lopez Portillo y Pacheco, el conflicto bélico del año (siempre hay uno) era la guerra de las Malvinas, de Argentina vs Inglaterra.

En mi grabadora lasonik, que era a lo que más llegábamos, no teníamos estéreo, sonaban los éxitos del momento de Olivia Newton John con “Physical”, y en español, Yuri, con la “Maldita Primavera”, ahí yo coincidía con ella, triste calorón. La única televisión, a blanco y negro por cierto, estaba en la recámara de mis progenitores, paradójicamente hasta ahí llegue a tirarme cuan ancho se puede ser en las condiciones ya descritas sin llegar a estar trasijado, y digo paradójicamente porque lo conducente hubiera sido atiborrarme de agua y devorar mi ración, por alguna razón preferí la frescura de una recámara que nunca le daba el sol, y aunque ahí estuvieran trepados dos de mis hermanos menores viendo un programa al que yo no ponía atención porque pensaba y pensaba cómo iba a hacerle para costearme en unos cuantos meses la carrera de Veterinaria, a la que ya había sido aceptado, mi padre me había sugerido -exigido- estudiar la carrera de derecho, yo no lo toleraba; una tarde de buenas a primeras crucé, es decir, taché con una x la solicitud donde decía Medicina Veterinaria y Zootecnia. “Bueno, ya que decidiste eso, tú te vas a costear tu carrera”.

Eso fue todo, esa fue la sentencia, hasta ahí quedó el terror, y hoy me vine caminando porque subieron el precio del camión de uno a ¡¡dos pesos!! y todo porque alguien juró “defender el peso como un perro”, y eso es lo que estaba viendo en la televisión en un comercial, un perro peludo que se trepaba a la cama, ¡a la cama! y toda la familia lo acariciaba, movía la cola y todo.

Yo solté la carcajada ¿cómo era eso posible? aquí a los perros con un “salte” a todo pulmón, y si bien le iba lo regresabas al patio si osaba meterse a la casa.

Todos nos reímos de esa ridiculez, ¡un perro en la cama! era el anuncio de algo parecido a las galletas de animalitos y se llamaban “croquetas”. Creo entonces que fui testigo del inicio de la humanización de los animales, además de todo lo de Disney donde un tigre o un oso es amigo de un venadito y no se lo come, etc., etc.

Era el comienzo de la tergiversación de la realidad (el perro en el patio no era negocio).

Para ese entonces todo esto parecía inocuo y hasta simpático el asunto, hoy en 2024 ¡hasta puedes ir a la cárcel!

Además de lo ya descrito ¿cómo comenzó todo este desbarajuste? ¿qué factores intervinieron para torcer todo?, creo tener una teoría.

Quién sabe cuál fue la última generación del maravilloso traspatio, tal vez la mía, soy del 63 del siglo pasado, solo conocí a mis abuelas maternas, una de Puruagua y otra de Cuerámaro, o sea, ambas de Guanajuato con sus tradiciones culinarias intactas y que para ello se ocupaba de sus respectivos gallineros y corrales en la azotea del segundo piso, a veces en el patio trasero.

¿Basura orgánica? ese concepto no existía antes, las sobras de las tortillas y pan iban a la cubeta a remojarse para las gallinas, los puercos, los patos y los guajolotes, las cáscaras de las frutas a los chivos o los borregos, y los huesos y pellejos a los perros.

Si el festejo estaba muy próximo había que acelerar las cosas, entonces se iba a la forrajera a traer alimento de engorda, maíz entero y cema o paja para los rumiantes o los manojos de alfalfa y los sobrecitos de vitaminas.

Era una delicia subir a darles de comer después de recuperar las migajas de la mesa para las gallinas y de paso recoger los “blanquillos”.

La navidad se aproxima y desde los cinco años ya ayudaba a las abuelas a detener a los guajolotes que no sé de dónde sacaban tantas fuerzas a pesar de haberles amarrado patas y alas mientras se oía la hoja del cuchillo tallarse sobre la piedra de afilar. ¿Ya abuela?, “detenlo fuerte, no te vaya a ganar”, me decían para instantes después, que me parecían una eternidad y con la solemnidad verduguezca se hacía el silencio mientras cortaban el duro pescuezo para luego presurosos empinar al animal para que su sangre fluyera hacia una cazuela. No se desperdiciaba nada; mientras, mis tías o mi mamá se aproximaban con las cubetas de lámina galvanizada renegridas recién sacadas del fuego a dos terceras partes de su capacidad para no quemarse con el agua caliente misma que iban vertiendo con un pocillo de peltre en las plumas del pollo, pato o guajolote ya muerto, y ¡a desplumar a toda velocidad!

Mientras, la abuela agregaba agua a la cazuela con sangre y la ponía a hervir, simultáneamente en otra cazuela se freían en manteca, cebolla troceada luego chiles serranos en rodajas y tomate verde en cubitos, ahí agregaba la sangre ya coagulada, sal, hasta que quedaba todo integrado. En las brazas restantes donde se calentó el agua se ponía el comal de lámina para las tortillas y comernos unos tacos de moronga para quienes estábamos faenando las aves, solo un par de ellos, a lo sumo tres taquitos para seguir en la delicada tarea de la evisceración y recuperar todas las menudencias que se integrarían al arroz. Había valido la pena barrer los corrales y la azotea todo el año.

Para mí, la presencia de estos animales significaban fiesta y la ocasión de hartarse de carnes y sabores. El proceso de ver nacer un animal luego atenderlo y disponer de él para comerlo era una bendición, lo que ahora, en este 2024 a la gran mayoría de los citadinos jóvenes les horroriza y otro buen porcentaje hipócritamente finge.

Las cosas cambian, ¡qué le va uno a hacer con tanto animal! diría Chava Flores, aumentar la producción era imperativo y así se hizo para todas las especies consumibles.

La concentración poblacional en las ciudades, el estilo de vida y lo que usted quiera y mande, han enviado a la gran mayoría de seres humanos lejos de la realidad, lejos de ese contacto con la tierra y sus frutos vegetales y animales, sumidos en la vorágine de la inmediatez.

Ahora, dándole vuelta a las cosas, desde la perspectiva de la clase política, los gobernantes, para ellos los ciudadanos solo somos moneda de cambio, totalmente prescindibles y no valemos más allá de un voto, ciudadanos a quienes hay que maicear próximos a la pachanga de las elecciones. Imposible alimentar en el mundo a una población de siete mil millones de personas sin los avances en las ciencias agropecuarias, avances en genética, medicina, nutrición, más lo concerniente a la conservación y distribución, sobre todo, hacia las grandes ciudades donde hay una dependencia absoluta pues no se produce nada.

Creo que todos en las ciudades fuimos conscientes de nuestra vulnerabilidad al desabasto durante la pandemia de COVID-19, daba miedo y daban ganas de sembrar papas o lo que fuera en las macetas. La ingratitud humana es milenaria pero nunca se ha evidenciado más que ahora, en estos tiempos, contra quienes producen los alimentos, dejémonos de la carencia de apoyos de gobiernos, con la sociedad misma que no nos baja de asesinos a los productores pecuarios (animales), refiriéndome sobre todo a aquella sociedad cuya realidad se le tergiversa consuetudinariamente.

La culpa no toda es de ellos, también de los productores que ante los ataques no reaccionan o lo hacemos muy pobremente, quedando todo en la impunidad y si algún país conoce el costo de la impunidad es el nuestro ¿verdad?

Hay que poner un ejemplo, la campaña contra la leche de vaca en la que un actorsillo mercenario despotricaba de la leche en los medios (tele) ¿se acuerdan?, seguramente a sus hijos o a él mismo los criaron con atole de agua. por eso les digo eso de la ingratitud.

De ahí nos pasamos a la polémica del pollo de engorda donde los animalistas se han regodeado tirándoles por todos lados, y luego las gallinas de postura, que si la jaula sí o no, etc.

Lo cierto es que trátese de la especie que se trate le van a salir enemigos, no hay salvación contra esta plaga animalista (¿a quién le estarán haciendo el caldo gordo?) y lo malo, es que a muchos productores, veterinarios e incluso gente de la tauromaquia les da el síndrome de Estocolmo y se han enganchado de las frases recalentadas como la mentada del “bienestar animal”, como diciendo ¡soy de los tuyos! o el “ave María milagrosa”, frase con la que andaba todo mundo en tiempos de la inquisición, el equivalente a los animalistas de ahora cuyos principales ingredientes o lo que es lo mismo decir: los caracterizan la intolerancia y la hipocresía y los ejemplos pululan: White Tiger, etc., etc.

Regresando a la consabida frase “bienestar animal”, déjenme informarles que ya existe una carrera al respecto que lleva algunos siglos de investigación y se llama Medicina Veterinaria y Zootecnia.

Empíricamente, bienestar animal.

Sin llegar al fenómeno del conspiracionismo, por todos lados nos llegan noticias del negocio del siglo y que es la producción de alimentos (no naturales) para alimentar a toda la población del mundo, y ya hay quienes se perfilan para ello, desde luego las consabidas macroempresas del mundo, o sea, que el pastel no es para todos.

¿Por qué preferir un bistec sintético sobre uno totalmente natural?

Existen dos argumentos básicamente: Carne libre de sufrimiento animal, para eso han trabajado las asociaciones animalistas por años a través del chantaje sentimental, aunque ellos no lo imaginaran, le están haciendo el caldo gordo a estas macroempresas; y el otro es el mensaje a sociedades más avanzadas donde se argumenta del “potencial contaminante” de las deposiciones de nitrógeno al suelo (eutrofización ) vía fertilizantes y excretas del ganado y las emisiones de C02, ambas tesis muy cuestionables, debatibles.

Países Bajos ya ha tomado cartas en el asunto obligando a los productores de ganado bovino de engorda y leche a reducir sus hatos a niveles de incosteabilidad. En todos los casos redunda en la desinsentivación a producir, pues la vida rural es un estorbo para la introducción y prevalencia de todos los productos artificiales de consumo que se vienen. Ahora solo falta que nos dejemos ¿verdad? porque significa la pérdida de la soberanía alimentaria de todos los países y aunque muchos prediquen que teniendo autonomía alimentaria (capacidad de comprar lo que tu país consume) sería una desastrosa dependencia, la peor de todas, algo así como la esclavitud del siglo XXI, porque quien da de comer, va a mandar.

Nos vemos en la marcha del 7 de mayo en la ciudad de México, es hora de poner orden, esto ya es algo más allá del patriotismo pues es global, y las protestas de agricultores y ganaderos ya se han hecho sentir en toda Europa, en nuestro país en 2018 y 2023, con las megamarchas hemos logrado paulatinos avances en la protección de tradiciones con animales, el gremio veterinario nos acompaña, así mismo los biólogos, agrónomos, galleros, Cetreros, toreros, zoológicos, etc., etc. Se requiere de la unión de los productores pecuarios a este movimiento. Nos vemos el 7 de mayo, un saludo.

×
BM Editores We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Descartar
Permitir Las Notificaciones